La mitología occidental: Su disolución y su transformación por Alan
Watts
En Mitos, sueños y religión (Varios autores). Edición a cargo de Joseph
Campbell Traducción de Alicia Sánchez Millet Editorial Kairós Año 1970 ISBN
84-7245-364-2
En Occidente el universo se concibe como una monarquía. Ello supone un
cierto conflicto para la mentalidad republicana estadounidense. Hasta los años
60, la única posibilidad de declararse objetor para eludir el servicio militar
era argumentar que tu conciencia estaba supeditada a un ser superior que, a su
vez, estaba por encima del Estado.
Otra idea fundamental en Occidente es la separación de la materia y el espíritu.
En el Génesis, Dios crea al hombre a partir de la arcilla y después, a esa
materia, le insufla vida. Esta separación de cuerpo y alma trabajada por
Aristóteles y Santo Tomás de Aquino está absolutamente incorporada en el
pensamiento occidental. Para un niño oriental, la pregunta ¿de qué estoy hecho?
no es tan evidente.
En general, en el arte, se plantea la lucha de la inspiración contra la
materia. Occidente analiza la naturaleza para buscar su composición (el árbol
esta hecho de madera cuando en realidad el árbol es madera) o, en última
instancia, busca el plan del "hacedor".
Comprendemos la realidad en base a patrones. Somos componentes en cambio
constante que constituimos un patrón. Un amigo al que hace años que no vemos
está constituido por elementos que no existían la última vez que lo vimos, pero
seguimos reconociendo su patrón. Si lo analizamos llegamos al dedo, de ahí a la
borrosa célula, de ahí a la aún más borrosa molécula. Necesitaremos un
microscopio electrónico para llegar al átomo y más allá y al final veremos que
no hay sustancia, solo patrones formados por "energía danzante".
Pero el individuo común no concibe así el mundo. Necesita un mito que le
ayude a comprender. Igual que usamos un globo con puntos marcados para
comprender la expansión del universo, entendemos la idea de Dios como un padre.
El universo no es un globo, es como un globo y Dios no sería un padre, sino
como un padre. Las imágenes, los mitos, tienen gran influencia y por eso ha
arraigado tanto, en las culturas semíticas, la idea de Dios como rey político o
padre autoritario.
En el XVIII y el XIX, hartos de esa vigilancia se consigue matar a Dios,
pero las ideas principales de la tradición bíblica se mantienen. Entender la
Palabra de Dios era anticiparse al futuro y de ahí la tradición de los profetas
que sabían lo que iba a pasar. La ciencia occidental sigue en ello,
interpretando lo que hay y anticipándose a lo que vendrá. Y la conclusión es
que lo único seguro es la muerte y la destrucción de la materia. Por eso, sigue
siendo necesario continuar confiando en el triunfo del espíritu sobre la
materia, del alma inmortal sobre el cuerpo.
Pero si se va más allá y se pregunta a la gente sobre la vida inmortal,
nadie está muy seguro de qué es lo que desea. Curiosamente cuesta mucho más
elucubrar sobre cómo será el cielo que sobre el infierno. En el cuadro de Van
Eyck "El juicio final" el cielo es monótono y, en cambio, nos
interesa mucho más fijarnos en los detalles del infierno.
Dejamos a un lado el Dios autocrático para pasar a una incómoda
racionalización. Pasamos de un Universo que está pendiente de nosotros a un
Universo al que le damos exactamente igual, acabando por ser una mota
insignificante en el infinito. El principio es mecánico, bolas de billar para
Newton o teoría psicohidráulica en Freud: el inconsciente es un río que se
puede embalsar o canalizar. Pasamos entonces de a máquina creada por Dios a un
mecanismo –sigue la máquina- con reglas de funcionamiento pero sin autor.
Pero el ser humano racional como casualidad no difiere en demasía del
ser creado por Dios: “ y vio que era bueno”; es decir, crea algo sin propósito
y si le sale bien, pues mejor.
El auténtico cristianismo es muy escaso en Occidente. En su lugar hay un
gran sentimiento de culpa frente al cómo deberían comportarse como cristianos y
cómo se comportan en realidad.
La conciencia de esa existencia aleatoria e ínfima nos hace separarnos
del mundo: “Hemos venido a éste mundo” “Hay que enfrentarse con la realidad”
Tampoco estábamos integrados cuando nuestra alma pertenecía a una categoría
diferente al cuerpo. Así la tecnología se empeña en dominar la naturaleza y
aprovecharse de ella. Los dos grandes símbolos son el cohete y el bulldozer.
El cohete es un símbolo fálico. “Un falo en el sentido biológico no es
un arma; es un instrumento para acariciar. La finalidad del falo es provocar el
éxtasis en la mujer y quizá crear un bebé. No es para atravesarla como si fuera
una espada.” (pág. 22) Por eso la finalidad del cohete no debería ser
conquistar el espacio, sino exportar nuestro amor a otros mundos y, quizá,
fertilizarlos.
El bulldozer es la profecía bíblica de elevar los valles y arrasar las
montañas.
Por tanto, es absolutamente necesario un replanteamiento de la ciencia
que busque la armonía con el resto del mundo para así participar de él.
Cuando Dios acusa a Adán, Adán acusa a Eva y Eva acusa a la serpiente.
Dios y la serpiente se miran pero no se acusan: el plan estaba urdido de
antemano y solo están representando la obra.
En el budismo no hay culpa. Lo malo que te pasa es tu propio karma
porque ere Dios. Si dices eso en Occidente te encierran porque se presupone el
modelo monárquico-autoritario y creen que esperas que todos te adoren.
La base del organismo es la cooperación. Incluso en el cristianismo
existe la kenosis que consiste en la renuncia al poder por parte de la
divinidad. El poder no es la solución. En un estadio de tecnología perfecto
conoceríamos todo lo que va a pasar y el futuro conocido devendría pasado. La ausencia
de sorpresa sería el tedio absoluto. “(…) la gnosis, la sabiduría perfecta o la
iluminación, es sorprenderse con cada cosa.” (pág. 27)