http://www.lavanguardia.es/lv24h/20091125/53829997666.html
En la cama, un anciano francamente demacrado tiene la mirada fija en la pared de enfrente. Su hijo mantiene la mano izquierda entre las suyas y susurra:
–Papá...
Entra la enfermera, con ese aire forzadamente pizpireto que utilizan. Lo hacen con el sano objetivo de insuflar un poco de optimismo a la situación, que, en general, en los hospitales no está como para tirar cohetes.
–¿Qué tal vamos hoy, Daniel?
Al hijo le fascina cómo, de forma metódica, las enfermeras siempre incluyen en el saludo el nombre del paciente: para que se sienta reconocido y apreciado, para que perciba un trato personalizado.
–Ay, mal, muy mal... –dice el anciano.
–¡No diga esas cosas, Daniel! A ver si me voy a enfadar... Si está usted como un pimpollo.
–Ay, no. ¿Para qué engañarnos? Yo noto que esto ya se acaba...
–¡Vaya cosas de decir, Daniel! –finge indignarse la enfermera, mientras cambia una de las dos bolsas del soporte para los dispositivos de perfusión–. Bueno, esto ya está. ¡Hasta luego, Daniel!
–Hasta luego –dice el hijo.
–Ay... –dice el anciano.
–¿Estás bien, papá?
El hombre gira la mirada hacia su hijo. Sabe que, para él, ya no es más que una carga, y por eso mismo piensa que lo mejor sería que todo acabase ya. Fuerza una sonrisa, pero a penas consigue una mueca lúgubre.
–No, no estoy bien. Ya sabes tú que no estoy bien, que esto se acaba. Y no me quejo... –Tose repetidamente–. No me quejo porque, al fin y al cabo, he vivido una vida bastante feliz. –Le cuesta hablar–. Os tengo a ti y a Teresa..., y a mi nieto..., pero sabes que desde que mamá murió yo ya no he sido el mismo.
–Ya verás como todo irá bien. De aquí a un par de semanas volverás a casa y...
–No. No volveré a casa. Te lo digo en serio... –Vuelve a toser–. Yo sé que de aquí no salgo... Sé que voy a morirme aquí, y pronto.
–Pero, papá, no digas eso. ¡No puedes morirte ahora!
–¿Cómo que no...? –El hombre vuelve a toser.
–¡Tienes que resistir, papá!
–Resistir, no... ¿Por qué?
–Pues porque... Porque aún tienes vida por delante. ¡Tienes que resistir, tienes que vivir! Hazlo por mí y por Teresa, ¡y por tu nieto!
–A Navidad no llego, que te lo digo yo. El anciano encadena un acceso de tos tras otro, y agita la mano en busca de la pera para llamar a la enfermera. Su hijo la encuentra bajo la almohada y, mientras la aprieta una y otra vez, le dice:
–Aguanta, papá, ¡sé fuerte!, aguanta al menos un año más, hasta que aprueben la reforma del impuesto de sucesiones.
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