Titol original: DE OPTIMO REIP.
STATU, DEQUE NOUA INSULA UTOPIA, LIBELLUS UERE AUREUS, NEC MINUS SALUTABIS QUAM FESTIUUS, CLARISSIMI DISERTISSIMIQUE UIRI THOMAE MORI INCLYTAE CIUITATIS LONDINENSIS CUIUS ET UICECOMITIS APUD INCLYTAM BASILEAM. MENSE NOVEMBRI MDXVIII
Autor: Tomàs Moro
Any: Novembre 1518
Editorial: Alianza Editorial, El libro de Bolsillo, número 1008
Pàgines: 215
Traductor: Pedro Rodríguez Santidrián
Es l'edició de novembre de 1518 de Basilea, es a dir, en la que més d'acord van estar tant Moro com Erasme de Rotterdam
Avui, que els paràsits del Ajuntament m'han tret 150 euros per la grua més la multa corresponent, és un bon dia per rellegir aquesta obra.
En el llibre primer, Rafael Hitlodeo, un aventurer amic d'Americo Vespucci, planteja les misèries dels poders (estat i religió) europeus comparat amb el que ha vist en els seus viatges.
Alguns autors han plantejat que Tomas Moro ha estat l'eslabó entre Plató i Marx i l'han considerat criptocomunista. Llegint a Moro hem de fer un esforç per recordar que esta escrivint en 1518 !!!
El llibre segon és el més conegut. Rafael explica a Moro la forma de societat de l'illa d'Utopia (u= cap, topia=lloc) es a dir, de l'illa que no és en lloc.
Afegiré unes quantes cites, però el correcte seria publicar-ho tot (de fet tinc el PDF, es a dir, que si algú el necessita...)
LIBRO PRIMERO: Diálogo del eximio Rafael Hitlodeo sobre la mejor forma de comunidad política. Por el ilustre Tomás Moro, ciudadano y sheriff de Londres, ínclita ciudad deInglaterra
"Se promulgan penas terribles y horrendos suplicios contra los ladrones, cuando en realidad lo que habría que hacer es arbitrar medios de vida. ¿No sería mejor que nadie se viera en la necesidad de robar para no tener que sufrir después por ello la pena Capital?."
"Ahí están los nobles cuyo número exorbitado vive como zánganos a cuenta de los demás. Con tal de aumentar sus rentas no dudan en explotar a los colonos de sus tierras, desollándolos vivos. Derrochadores hasta la prodigalidad y mendacidad, es el único tipo de administración que conocen. Pero además, se rodean de hombres haraganes que nunca se han preocupado de saber ni aprender ningún modo de vivir y trabajar."
(Sobre el sistema d'enclosures) "-Las ovejas -contesté- vuestras ovejas. Tan mansas y tan acostumbradas a alimentarse con sobriedad, son ahora, según dicen, tan voraces y asilvestradas que devoran hasta a los mismos hombres, devastando campos y asolando casas y aldeas. Vemos, en efecto, a los nobles, los ricos y hasta a los mismos abades, santos varones, en todos los lugares del reino donde se cria la lana más fina y más cara. No contentos con los beneficios y rentas anuales de sus posesiones, y no bastándoles lo que tenían para vivir con lujo y ociosidad, a cuenta del bien común -cuando no en su perjuicio- ahora no dejan nada para cultivos. Lo cercan todo, y para ello, si es necesario derribar casas, destruyen las aldeas no dejando en pie más que las iglesias que dedican a establo de las ovejas. No satisfechos con los espacios reservados a caza y viveros, estos piadosos varones convierten en pastizales desiertos todos los cultivos y granjas."
"Porque, decidme: Si dejáis que sean mal educados y corrompidos en sus costumbres desde niños, para castigarlos ya de hombres, por los delitos que ya desde su infancia se preveía tendrían lugar, ¿qué otra cosa hacéis más que engendrar ladrones para después castigarlos?"
"Si la pena es igual tanto si roba como si mata, ¿no es lógico pensar que se sienta inclinado a rematar a quien de otra manera se habría contentado con despojar? Caso de que le cojan, el castigo es el mismo, pero tiene a su favor matarlo, su mayor impunidad y la baza de haber suprimido un testigo peligroso. Tenemos así, que, al exagerar el castigo de los ladrones, aumentamos los riesgos de las gentes de bien."
"..la ley de los macarianos, un pueblo vecino a la isla de Utopía? Su rey, el día que sube al trono, se obliga a un juramento, al tiempo que ofrece grandes sacrificios, a no acumular nunca en su tesoro más de mil libras en oro o su equivalente en plata. Se dice que esta ley fue promulgada por uno de sus mejores reyes. juzgaba más importante la felicidad del reino que sus riquezas, pues suponía que su acumulación redundaría en perjuicio del pueblo."
"No hay, pues, modo de ser útil para unos hombres así [els governants]. Antes corromperían al mejor plantado que dejarse corregir ellos mismos. Su solo trato deprava. El más limpio y honesto terminaría como encubridor de la maldad y estupidez ajenas."
"Hombre de rara inteligencia [Plató], pronto llegó a la conclusión de que no había sino un camino para salvar la república: la aplicación del principio de la igualdad de bienes. Ahora bien, la igualdad es imposible, a mi juicio, mientras en un Estado siga en vigor la propiedad privada. En efecto, mientras se pueda con ciertos papeles asegurar la propiedad de cuanto uno quiera, de nada servirá la abundancia de bienes. Vendrán a caer en manos de unos pocos, dejando a los demás en la miseria. Y sucede que estos últimos son merecedores de mejor suerte que los primeros. Pues estos son rapaces, malvados, inútiles; aquellos, en cambio, son gente honesta y sencilla, que contribuye más al bien público que a su interés personal.
Por todo ello, he llegado a la conclusión de que si no se suprime la propiedad privada, es casi imposible arbitrar un método de justicia distributiva, ni administrar acertadamente las cosas humanas. Mientras aquella subsista, continuará pesando sobre las espaldas de la mayor y mejor parte de ía humanidad, el angustioso e inevitabíe azote de la pobreza y de la miseria"
LIBRO SEGUNDO: Presentación de Rafael Hitlodeo de la mejor forma de comunidad política. Por Tomas Moro, ciudadano y sheriff de Londres.
(pàgina 114)
"Cada ciudad tiene asignados terrenos cultivables en una superficie no menor a doce millas por cada uno de los lados; si la distancia entre ciudades es mayor, entonces la superficie puede aumentarse. Ninguna ciudad tiene ansias de extender sus territorios. Los habitantes se consideran más agricultores que propietarios."
(pàgina 117)"El trazado de calles y plazas responde al tráfico y a la protección contra el viento.Los edificios son elegantes y limpios, en forma de terraza, y están situados frente a frente 30 a lo largo de toda la calle. Las fachadas de las casas están separadas por una calzada de veinte pies de ancho. En su parte trasera hay un amplio huerto o jardín tan ancho como la misma calzada, y rodeado por la parte trasera de las demás manzanas. Cada casa tiene una puerta principal que da a la calle, y otra trasera queda al jardín. Ambas puertas son de doble hoja, que se abren con un leve empujón y se cierran automáticamente detrás de uno. Todos pueden entrar y salir en ellas.Nada se considera de propiedad privada. Las mismas casas se cambian cada diez años, después de echarlas a suertes."
(pàgina 123)“Después de cenar pasan una hora de recreo, durante el verano en el jardín, y en las salas de los comedores públicos durante el invierno. Allí se entregan a la música o se entretienen charlando.”
(pàgina 124)“Quizás se diga: ¿Son suficientes seis horas de trabajo para proporcionar a la población los alimentos de primera necesidad? Ese tiempo no sólo es suficiente sino que sobra para producir no sólo los bienes necesarios, sino también los superfluos. Lo comprenderás enseguida conmigo, si observas atentamente el gran número de gente ociosa que hay en otras naciones. En primer lugar, casi todas las mujeres -que es la mitad de la población- y la mayor parte de los hombres, cuando las mujeres trabajan, roncan a sus anchas durante todo el día.
Has de añadir esa turba ociosa de curas y de los llamados «religiosos». Poned además todos los ricos, sobre todo los terratenientes a los que vulgarmente llaman «señores» y «nobles». Incluid en este número a la servidumbre, esa chusma de bergantes con librea. Y finalmente, ese ejército de mendigos, robustos y sanos, que esconden su pereza tras una enfermedad fingida. Te darás cuenta entonces que hay muchas menos personas de las que piensas, que con su trabajo producen todos los bienes que consumen los mortales.”
(pàgina 130)Has de añadir esa turba ociosa de curas y de los llamados «religiosos». Poned además todos los ricos, sobre todo los terratenientes a los que vulgarmente llaman «señores» y «nobles». Incluid en este número a la servidumbre, esa chusma de bergantes con librea. Y finalmente, ese ejército de mendigos, robustos y sanos, que esconden su pereza tras una enfermedad fingida. Te darás cuenta entonces que hay muchas menos personas de las que piensas, que con su trabajo producen todos los bienes que consumen los mortales.”
“Cada padre de familia va a buscar al mercado cuanto necesita para él y los suyos.
Lleva lo que necesita sin que se le pida a cambio dinero o prenda alguna. ¿Por qué habrá de negarse algo a alguien? Hay abundancia de todo, y no hay el más mínimo temor a que alguien se lleve por encima de sus necesidades. ¿Pues por qué pensar que alguien habrá de pedir lo superfluo, sabiendo que no le ha de faltar nada? Lo que hace ávidos y rapaces a los animales es el miedo a las privaciones. Pero en el hombre existe otra causa de avaricia: el orgullo. Este se vanagloria de superar a los demás por el boato de una riqueza superflua. Un vicio que las instituciones de los utopianos han desterrado.”
(pàgina 138)Lleva lo que necesita sin que se le pida a cambio dinero o prenda alguna. ¿Por qué habrá de negarse algo a alguien? Hay abundancia de todo, y no hay el más mínimo temor a que alguien se lleve por encima de sus necesidades. ¿Pues por qué pensar que alguien habrá de pedir lo superfluo, sabiendo que no le ha de faltar nada? Lo que hace ávidos y rapaces a los animales es el miedo a las privaciones. Pero en el hombre existe otra causa de avaricia: el orgullo. Este se vanagloria de superar a los demás por el boato de una riqueza superflua. Un vicio que las instituciones de los utopianos han desterrado.”
“…retienen el oro y la plata de los que se hace el dinero. Pero nadie les da más valor que el que les da su misma naturaleza. ¿Quién no ve lo muy inferiores que son al hierro tan necesario al hombre, como el agua y el fuego? En efecto, ni el oro ni la plata tienen valor alguno, ni la privación de su uso o su propiedad constituye un verdadero inconveniente. Sólo la locura humana ha sido la que ha dado valor a su rareza. La madre naturaleza, ha puesto al descubierto lo que hay de mejor: el aire, el agua y la tierra misma. Pero ha escondido a gran profundidad todo lo vano e inútil.
Por lo mismo, los utopianos no encierran sus tesoros en una fortaleza. El vulgo podría sospechar, como acostumbra maliciosamente, de que el gobierno y el senado se sirven de estratagemas para engañar al pueblo, y para enriquecerse.Tampoco se hace con el oro y la plata vasos ni otros objetos de valor. En la hipótesis de tener que fundirlos, para pagar a los soldados en caso de guerra, es claro que los que hubieran puesto su afecto en estas obras de arte, no se desprenderían de ellas sin gran dolor.
Para obviar estos inconvenientes, los utopianos han arbitrado una solución en consonancia con sus instituciones, pero en total desacuerdo con las nuestras. Entre nosotros, en efecto, el oro se estima desmesuradamente y se le guarda con todo cuidado. Por eso, su solución resulta increíble para los que no la han comprobado.Comen y beben en vajilla de barro o de cristal, realizada en formas elegantes, pero al fin y al cabo, de materia ínfíma.
Los vasos de noche y otros utensilios dedicados a usos viles, se hacen de oro y plata no sólo para los alojamientos públicos sino para las viviendas particulares. Con estos mismos metales se forjan las cadenas y los grilletes que sujetan a los esclavos. Finalmente, todos los reos de crímenes llevan en sus orejas anillos de oro. Sus dedos van recubiertos de oro, su cuello va ceñido por un collar de oro. Y su cabeza cubierta con un casquete de oro. Todo concurre, pues, para que entre ellos el oro y la plata sean considerados como algo ignominioso. Así, mientras su pérdida en otros pueblos resulta tan dolorosa como si se tratara de las propias entrañas, entre los utopianos, caso de desaparecer todos estos metales, nadie creería haber perdido ni un céntimo.
Recogen también perlas a la orilla del mar, así como diamantes y piedras preciosas en algunas rocas. Pero no se afanan por ir a buscarlas. Cuando la suerte se las depara, las cogen y las pulen para hacer adornos a los niños. Y si éstos en los primeros años se glorían y se enorgullecen de llevar tales adornos, cuando son ya mayores y se dan cuenta de que estas bagatelas no sirven más que a los niños, se desprenden de ellas. Y se desprenden de tales adornos por propia voluntad y por cierto amor propio, sin esperar a que sus padres intervengan. Algo así como sucede con nuestros niños que, cuando crecen, abandonan el chupete, los aros y las muñecas.
La diferencia de estas instituciones con respecto a las de otros países, hace que sus sentimientos sean también diferentes a los nuestros. No me di cuenta de ello hasta que asistí a la recepción de una embajada de los Anemolios. Estos vinieron a Amaurota cuando yo me encontraba allí. Como venían a tratar asuntos importantes, cada ciudad había destacado tres delegados para recibirlos. Pero embajadores de las naciones vecinas que habían llegado con anterioridad a la isla, y que conocían las costumbres de los utopianos, sabían que entre éstos los vestidos suntuosos no son objeto de honor ni reverencia. Sabían también que se despreciaba la seda y que el oro era reputado como algo' infame. Sabedores de esto, habían tomado la costumbre de venir vestidos con el atuendo más sencillo posible. Los anemolianos, por el contrario, venían de más lejos y apenas si habían tenido relaciones con ellos. Enterados de que los habitantes de la isla vestían de manera uniforme y ruda, imaginaron que esta simplicidad se debía- a la pobreza. Con más vanidad que prudencia determinaron presentarse con una magnificencia digna de dioses, y herir los ojos de los miserables utopianos con el esplendor de su vestimenta.
Entraron, pues, los tres embajadores con un séquito de cien personas. Todos iban vestidos de los más diversos colores, de seda en su mayor parte. Los mismos legados -pertenecientes a la nobleza de su país- se cubrían con un manto de oro, con grandes collares y pendientes de oro. Lucían en las manos anillos de oro, y del sombrero pendían joyas y guirnaldas que refulgían con perlas y piedras preciosas. Iban vestidos, en una palabra, con todo lo que en Utopía constituye el suplicio de un esclavo, castigo vergonzoso de la infamia, o juguete de niños.
Era un espectáculo digno de ver a los embajadores pavoneándose al comparar el lujo de su atuendo con el vestido simple de los utopianos agolpados a lo largo de las calles del tránsito. Y por otra parte, no era menos regocijante el observar la decepción que les causaba la actitud de la población, al no recibir la estima y los honores que se habían prometido.
Si exceptuamos un número insignificante de los que, por diversas razones, habían visitado otros países, todos los utopianos- veían con ojos de lástima este espectáculo infamante. Saludaban con respeto a la servidumbre -del cortejo, tomándola por los embajadores. A estos, sin embargo, los dejaban pasar sin darles muestras de ningún honor. ¡Tan cargados de cadenas de oro los veían como si fueran esclavos!
Los mismos niños que ya se habían desprendido de los diamantes y perlas, y que ahora las contemplaban en el sombrero de los embajadores, se dirigían asombrados a sus madres:
-«¡Mira, mamá -les decían codeándolas- a ese tunante que todavía gusta de perlas y de piedras preciosas como si fuera un niño!» Y la madre, todo seria, le respondía:
-Cállate, hijo, que me parece uno de los bufones de los embajadores.
Otros criticaban las cadenas de oro: no servían para nada. Tan finas eran que cualquier esclavo podría romperlas. Y por otra parte, tan amplias que podría sacudírselas cuando le viniera en gana, escapándose libre a donde quisiera.
Al cabo de uno o dos días de estancia, los embajadores se dieron cuenta de que cuanta mayor ostentación hacían del oro menos eran estimados. Pudieron advertir también que el oro y la plata de las cadenas y grilletes de un esclavo fugitivo era superior al de la comitiva de los tres juntos. Sintiéndose humillados, dejaron inmediatamente de pavonearse, despojándose de los atavíos que tan orgullosamente hablan exhibido.”
Por lo mismo, los utopianos no encierran sus tesoros en una fortaleza. El vulgo podría sospechar, como acostumbra maliciosamente, de que el gobierno y el senado se sirven de estratagemas para engañar al pueblo, y para enriquecerse.Tampoco se hace con el oro y la plata vasos ni otros objetos de valor. En la hipótesis de tener que fundirlos, para pagar a los soldados en caso de guerra, es claro que los que hubieran puesto su afecto en estas obras de arte, no se desprenderían de ellas sin gran dolor.
Para obviar estos inconvenientes, los utopianos han arbitrado una solución en consonancia con sus instituciones, pero en total desacuerdo con las nuestras. Entre nosotros, en efecto, el oro se estima desmesuradamente y se le guarda con todo cuidado. Por eso, su solución resulta increíble para los que no la han comprobado.Comen y beben en vajilla de barro o de cristal, realizada en formas elegantes, pero al fin y al cabo, de materia ínfíma.
Los vasos de noche y otros utensilios dedicados a usos viles, se hacen de oro y plata no sólo para los alojamientos públicos sino para las viviendas particulares. Con estos mismos metales se forjan las cadenas y los grilletes que sujetan a los esclavos. Finalmente, todos los reos de crímenes llevan en sus orejas anillos de oro. Sus dedos van recubiertos de oro, su cuello va ceñido por un collar de oro. Y su cabeza cubierta con un casquete de oro. Todo concurre, pues, para que entre ellos el oro y la plata sean considerados como algo ignominioso. Así, mientras su pérdida en otros pueblos resulta tan dolorosa como si se tratara de las propias entrañas, entre los utopianos, caso de desaparecer todos estos metales, nadie creería haber perdido ni un céntimo.
Recogen también perlas a la orilla del mar, así como diamantes y piedras preciosas en algunas rocas. Pero no se afanan por ir a buscarlas. Cuando la suerte se las depara, las cogen y las pulen para hacer adornos a los niños. Y si éstos en los primeros años se glorían y se enorgullecen de llevar tales adornos, cuando son ya mayores y se dan cuenta de que estas bagatelas no sirven más que a los niños, se desprenden de ellas. Y se desprenden de tales adornos por propia voluntad y por cierto amor propio, sin esperar a que sus padres intervengan. Algo así como sucede con nuestros niños que, cuando crecen, abandonan el chupete, los aros y las muñecas.
La diferencia de estas instituciones con respecto a las de otros países, hace que sus sentimientos sean también diferentes a los nuestros. No me di cuenta de ello hasta que asistí a la recepción de una embajada de los Anemolios. Estos vinieron a Amaurota cuando yo me encontraba allí. Como venían a tratar asuntos importantes, cada ciudad había destacado tres delegados para recibirlos. Pero embajadores de las naciones vecinas que habían llegado con anterioridad a la isla, y que conocían las costumbres de los utopianos, sabían que entre éstos los vestidos suntuosos no son objeto de honor ni reverencia. Sabían también que se despreciaba la seda y que el oro era reputado como algo' infame. Sabedores de esto, habían tomado la costumbre de venir vestidos con el atuendo más sencillo posible. Los anemolianos, por el contrario, venían de más lejos y apenas si habían tenido relaciones con ellos. Enterados de que los habitantes de la isla vestían de manera uniforme y ruda, imaginaron que esta simplicidad se debía- a la pobreza. Con más vanidad que prudencia determinaron presentarse con una magnificencia digna de dioses, y herir los ojos de los miserables utopianos con el esplendor de su vestimenta.
Entraron, pues, los tres embajadores con un séquito de cien personas. Todos iban vestidos de los más diversos colores, de seda en su mayor parte. Los mismos legados -pertenecientes a la nobleza de su país- se cubrían con un manto de oro, con grandes collares y pendientes de oro. Lucían en las manos anillos de oro, y del sombrero pendían joyas y guirnaldas que refulgían con perlas y piedras preciosas. Iban vestidos, en una palabra, con todo lo que en Utopía constituye el suplicio de un esclavo, castigo vergonzoso de la infamia, o juguete de niños.
Era un espectáculo digno de ver a los embajadores pavoneándose al comparar el lujo de su atuendo con el vestido simple de los utopianos agolpados a lo largo de las calles del tránsito. Y por otra parte, no era menos regocijante el observar la decepción que les causaba la actitud de la población, al no recibir la estima y los honores que se habían prometido.
Si exceptuamos un número insignificante de los que, por diversas razones, habían visitado otros países, todos los utopianos- veían con ojos de lástima este espectáculo infamante. Saludaban con respeto a la servidumbre -del cortejo, tomándola por los embajadores. A estos, sin embargo, los dejaban pasar sin darles muestras de ningún honor. ¡Tan cargados de cadenas de oro los veían como si fueran esclavos!
Los mismos niños que ya se habían desprendido de los diamantes y perlas, y que ahora las contemplaban en el sombrero de los embajadores, se dirigían asombrados a sus madres:
-«¡Mira, mamá -les decían codeándolas- a ese tunante que todavía gusta de perlas y de piedras preciosas como si fuera un niño!» Y la madre, todo seria, le respondía:
-Cállate, hijo, que me parece uno de los bufones de los embajadores.
Otros criticaban las cadenas de oro: no servían para nada. Tan finas eran que cualquier esclavo podría romperlas. Y por otra parte, tan amplias que podría sacudírselas cuando le viniera en gana, escapándose libre a donde quisiera.
Al cabo de uno o dos días de estancia, los embajadores se dieron cuenta de que cuanta mayor ostentación hacían del oro menos eran estimados. Pudieron advertir también que el oro y la plata de las cadenas y grilletes de un esclavo fugitivo era superior al de la comitiva de los tres juntos. Sintiéndose humillados, dejaron inmediatamente de pavonearse, despojándose de los atavíos que tan orgullosamente hablan exhibido.”
(pàgina 156)
“Pero, en todo placer mantienen esta pauta: un deleite menor no debe ser obstáculo a uno superior. Un placer no debe originar nunca un dolor. Porque piensan que el dolor es secuela inevitable de todo placer no honesto. Pero nunca piensan en despreciar la belleza del cuerpo, debilitar su vigor, cambiar su agilidad en inercia, extenuar el cuerpo con ayunos, arruinar la salud, desdeñar los demás dones de la naturaleza, a no ser que se haga en beneficio de otras personas o de la sociedad, con la esperanza de recibir un placer mayor de Dios como recompensa. Pues creen totalmente absurdo mortificarse por mortificarse, sin provecho de nadie, o para prepararse a soportar pruebas que quizás no llegarán nunca. Entienden que tal conducta es la señal de un espíritu cruel consigo mismo, la más negra ingratitud hacia la naturaleza, como si renunciando a todos sus beneficios no se dignasen ser sus deudores.”
(página 161)“Consuelan a los enfermos incurables, visitándolos con frecuencia, charlando con ellos, prestándoles, en fin, toda clase de cuidados. Pero cuando a estos males incurables se añaden sufrimientos atroces, entonces los magistrados y los sacerdotes se presentan al paciente para exhortarle. Tratan de hacerle ver que está ya privado de los bienes y funciones vitales; que está sobreviviendo a su propia muerte; que es una carga para sí mismo y para los- demás. Es inútil, por tanto, obstinarse en dejarse devorar por más tiempo por el mal y la infección que le corroen. Y puesto que la vida es un puro tormento, no debe dudar en aceptar la muerte. Armado de esperanza, debe abandonar esta vida cruel como se huye de una prisión o del suplicio. Que no dude, en fin, liberarse a sí mismo, o permitir que le liberen otros. Será una muestra de sabiduría seguir estos consejos, ya que la muerte no le apartará de las dulzuras de la vida, sino del suplicio. Siguiendo los consejos de los sacerdotes, como intérpretes de la divinidad, incluso realizan una obra piadosa y santa. Los que se dejan convencer ponen fin a sus días, dejando de comer. o se les da un soporífero, muriendo sin darse cuenta de ello. Pero no eliminan a nadie contra su voluntad, ni por ello le privan de los cuidados que le venían dispensando. Este tipo de eutanasia se considera como una muerte honorable.”
(pàgina 163)
“Por lo demás, los utopianos toman en serio la elección del cónyuge, si bien, a nosotros nos pareció su rito ridículo y absurdo. Una dama honorable y honesta muestra al pretendiente a su prometida completamente desnuda, sea virgen o viuda. A su vez, un varón probo, exhibe ante la novia al joven desnudo.
Quedamos sorprendidos ante esta costumbre, sin poder contener la risa. La rechazamos como ridícula y descabellada. Ellos, sin inmutarse, hicieron ver su admiración ante la colosal tontería de los demás países. Tomáis infinitas precauciones -nos respondieron- a la hora de comprar un potrillo, asunto en verdad de poca monta. Os negáis a comprarlo, aunque está casi en pelo, si antes no se le quita la silla y todos sus arreos, por miedo a que bajo todo esto haya alguna matadura. Y cuando se trata de elegir una mujer, elección que va a hacer las delicias o el asco para toda la vida, obráis con negligencia. Dejáis el cuerpo cubierto con sus vestidos. Y juzgáis a la mujer entera por una parte de su persona, tan grande como la palma de la mano. En efecto, sólo su cara está descubierta y la lleváis con vosotros no sin riesgo de encontrar un defecto oculto hasta entonces, que os impide congeniar con ella.”
Quedamos sorprendidos ante esta costumbre, sin poder contener la risa. La rechazamos como ridícula y descabellada. Ellos, sin inmutarse, hicieron ver su admiración ante la colosal tontería de los demás países. Tomáis infinitas precauciones -nos respondieron- a la hora de comprar un potrillo, asunto en verdad de poca monta. Os negáis a comprarlo, aunque está casi en pelo, si antes no se le quita la silla y todos sus arreos, por miedo a que bajo todo esto haya alguna matadura. Y cuando se trata de elegir una mujer, elección que va a hacer las delicias o el asco para toda la vida, obráis con negligencia. Dejáis el cuerpo cubierto con sus vestidos. Y juzgáis a la mujer entera por una parte de su persona, tan grande como la palma de la mano. En efecto, sólo su cara está descubierta y la lleváis con vosotros no sin riesgo de encontrar un defecto oculto hasta entonces, que os impide congeniar con ella.”
(pàgina 168)
“En consecuencia, quedan excluidos todos los abogados en Utopía, esos picapleitos de profesión, que llevan con habilidad las causas e interpretan sutilmente las leyes. Piensan, en efecto, que cada uno debe llevar su causa al juez y que ha de exponerle lo que contaría a su abogado. De esta manera, habrá menos complicaciones y aparecerá la verdad más claramente, ya que el que la expone no ha aprendido de su abogado el arte de camuflarla. Mientras tanto, el juez sopesará competentemente el asunto y dará la razón al pueblo sencillo frente a las calumnias de los pendencieros. Tales prácticas serían difíciles' de observar en otros países, dado el cúmulo inverosímil de leyes tan complicadas. Por lo demás, todos allí son expertos en leyes, pues, como dije más arriba, las leyes son escasas, y además, cuanto más sencilla y llana es su interpretación, más justa se la considera. Piensan, en efecto, que la finalidad de la promulgación de una ley es que todos conozcan su deber. Ahora bien, ¿no serán pocos los que conozcan su deber, si la interpretación de la ley es demasiado sutil? Raras son, en efecto, las personas que pueden captar su sentido. Por el contrario, si el sentido es el más llano y el más común, ¿no estará clara la ley para todos?”
(pàgina 174)“Lamentan y se avergüenzan de una victoria ganada con sangre, ya que juzgan absurdo comprar una mercancía, por valiosa que sea, a precio tan excesivo. Para ellos, el mayor timbre de gloria es vencer al enemigo con habilidad y engaño. Celebran este triunfo con festejos públicos, erigiendo un trofeo como si se tratara de un acto heroico. Sólo se glorían de haber obrado viril y esforzadamente cuando han vencido por la sola fuerza del ingenio, cosa ésta que hace el hombre y no el animal. Con las fuerzas del cuerpo, dicen, combaten los osos, los leones, los jabalíes, los lobos, los perros y demás bestias; la mayor parte de ellas nos superan en fuerza y fiereza, pero todas son superadas por el ingenio y la razón.”
(pàgina 181)
“Los utopianos observan tan religiosamente las treguas estipuladas con el enemigo que no las violan ni en caso de provocación. No arrasan la tierra conquistada, ni queman las mieses. Cuidan incluso de que no sean holladas por soldados ni caballos, pues piensan que crecen para su propio provecho. No molestan a ningún desarmado a no ser que sea espía. Protegen las ciudades que se rinden y no saquean las tomadas por asalto. Pero en este último caso pasan por las armas a quien puso resistencia a la rendición, sometiendo a esclavitud a los demás defensores. A la masa no combatiente la dejan en paz. Si llegan a enterarse de que uno o varios aconsejaron la capitulación, les conceden una parte de los condenados. La otra parte se destina a las tropas auxiliares. Ellos no toman nada del botín.”
(pàgina 184)“Hay más todavía. Los que no pertenecen a la religión cristiana no emplean intimidación alguna, ni hostigan a quien creen convencido de ella. Durante mi estancia en la isla, sin embargo, pude ver cómo era severamente castigado uno de los fieles de nuestro grupo. Este hombre recientemente bautizado, hablaba públicamente de Cristo con mayor pasión que prudencia, a pesar de nuestros consejos en contra. En su apasionada prédica llegó no sólo a anteponer nuestros misterios a los demás sino a condenarlos a todos. Vociferaba contra sus misterios,calificándolos de profanos. Y a sus seguidores los tachaba de impíos, sacrílegos, dignos del fuego eterno. Después de haber sermoneado durante largo tiempo fue prendido, acusado y sentenciado como reo no de desprecio de la religión, sino de promover tumulto en el pueblo. Una vez condenado fue castigado con el exilio.
En efecto, las instituciones utopianas más antiguas contemplan que ninguna persona se
vea perjudicada por su religión.”
(pàgina 197)En efecto, las instituciones utopianas más antiguas contemplan que ninguna persona se
vea perjudicada por su religión.”
“En otras repúblicas todo el mundo sabe que si uno no se preocupa de sí se moriría de hambre, aunque el Estado sea floreciente. Eso le lleva a pensar y obrar de forma que se interese por sus cosas y descuide las cosas del Estado, es decir, de los otros ciudadanos. En Utopía, como todo es de todos, nunca faltará nada a nadie mientras todos estén preocupados de que los graneros del Estado estén llenos. Todo se distribuye con equidad, no hay pobres ni mendigos y aunque nadie posee nada todos sin embargo son ricos. ¿Puede haber alegría mayor ni mayor riqueza que vivir felices sin preocupaciones ni cuidados? Nadie tiene que angustiarse por su sustento, ni aguantar las lamentaciones y cuitas de la mujer, ni afligirse por la pobreza del hijo o la dote de la hija. Afrontan con optimismo y miran felices el porvenir seguro de su mujer, de sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y de la más dilatada descendencia. Ventajas que alcanzan por igual a quienes antes trabajaron y ahora están en el retito y la impotencia como a los que trabajan actualmente.”
(pàgina 198)“¿Qué podemos pensar de esos ricos que diariamente expolian al pobre? En realidad lo hacen al amparo, no de sus propias maquinaciones, sino amparándose en las mismas leyes. De esta manera, si antes parecía una injusticia no recompensar debidamente a quienes lealmente lo habían servido, estos tales se han ingeniado para sancionar legalmente esta injusticia con lo que la república viene a ser más aborrecida.
Cuando contemplo el espectáculo de tantas repúblicas florecientes hoy en día, las veo que Dios me perdone-, como una gran cuadrilla de gentes ricas y aprovechadas que, a la sombra y en nombre de la república, trafican en su propio provecho. Su objetivo es inventar todos los procedimientos imaginables para seguir en posesión de lo que por malas artes consiguieron. Después podrán dedicarse a sacar nueva tajada del trabajo y esfuerzo de los obreros a quienes desprecian y explotan sin riesgo alguno.Cuando los ricos consiguen que todas estas trampas sean puestas en práctica en nombre de todos, es decir, en nombre suyo y de los pobres, pasan a ser leyes respetables.
Pero estos hombres despreciables que con su rapiña insaciable se apoderan de unos bienes que hubieran sido suficientes para hacer felices a la comunidad, están bien lejos de conseguir la felicidad que reina en la república utopiana. Allí la costumbre ha eliminado la avaricia y el dinero, y con ellos cantidad de preocupaciones y el origen de multitud de crímenes. Pues todos sabemos que el engaño, el robo, el hurto, las riñas, las reyertas, las palabras groseras, los insultos, los motines, los asesinatos, las traiciones, los envenenamientos son cosas que se pueden castigar con escarmientos, pero que no se pueden evitar. Por el contrario las elimina de raíz la desaparición del dinero que elimina al mismo tiempo el miedo, la inquietud, la preocupación y el sobresalto. La misma pobreza que parece que se basa en la falta de dinero, desaparece desde el momento en que aquel pierde su dominio.”
Cuando contemplo el espectáculo de tantas repúblicas florecientes hoy en día, las veo que Dios me perdone-, como una gran cuadrilla de gentes ricas y aprovechadas que, a la sombra y en nombre de la república, trafican en su propio provecho. Su objetivo es inventar todos los procedimientos imaginables para seguir en posesión de lo que por malas artes consiguieron. Después podrán dedicarse a sacar nueva tajada del trabajo y esfuerzo de los obreros a quienes desprecian y explotan sin riesgo alguno.Cuando los ricos consiguen que todas estas trampas sean puestas en práctica en nombre de todos, es decir, en nombre suyo y de los pobres, pasan a ser leyes respetables.
Pero estos hombres despreciables que con su rapiña insaciable se apoderan de unos bienes que hubieran sido suficientes para hacer felices a la comunidad, están bien lejos de conseguir la felicidad que reina en la república utopiana. Allí la costumbre ha eliminado la avaricia y el dinero, y con ellos cantidad de preocupaciones y el origen de multitud de crímenes. Pues todos sabemos que el engaño, el robo, el hurto, las riñas, las reyertas, las palabras groseras, los insultos, los motines, los asesinatos, las traiciones, los envenenamientos son cosas que se pueden castigar con escarmientos, pero que no se pueden evitar. Por el contrario las elimina de raíz la desaparición del dinero que elimina al mismo tiempo el miedo, la inquietud, la preocupación y el sobresalto. La misma pobreza que parece que se basa en la falta de dinero, desaparece desde el momento en que aquel pierde su dominio.”
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