Has Sweden Found the Right Solution to the Coronavirus?
Ha encontrado Suecia la solución correcta para el coronavirus?
By JOHN FUND & JOEL HAY April 6, 2020 6:30 AM
A diferencia de otros países, ha permanecido alejada tanto del aislamiento como de la ruina económica,
Si la pandemia de la COVID-19 se recorta en unas pocas semanas, meses antes de lo que los alarmistas están diciendo, probablemente empezarán a darse palmaditas en la espalda por los brillantes controles de distanciamiento social que han impuesto al mundo. Proclamarán que sus heroicas recomendaciones han evitado un desastre absoluto. Desafortunadamente, se habrán equivocado y Suecia, que prácticamente no ha exigido ningún distanciamiento social demostrará, probablemente, que se equivocaron.
Mucha gente se ha lanzado a desacreditar la postura sueca que se basa en precauciones más ponderadas y en aislar únicamente a los más vulnerables antes que imponer un cierre total. Mientras las reuniones de más de 50 personas se han prohibido y colegios y universidades han sido cerrados, Suecia mantiene sus fronteras abiertas así como escuelas infantiles y primarias, bares, restaurantes, parques y tiendas.
Trump no quiere saber nada del matizado planteamiento sueco. El pasado miércoles (02/04/2020) lo soltó de una manera espectacular diciendo que había oído que los suecos ‘lo habían intentado, pero vieron cosas realmente horribles e iban a cerrar el país de forma inmediata.” Tanto él como los expertos de salud pública que le han dicho esto estaban equivocados en los dos aspectos y harían bien en cuestionarse su análisis. Johan Gieseke, el anterior jefe de epidemiología y ahora consejero de la Agencia Sueca de Salud dice que otras naciones ‘han tomado acciones políticas desconsideradas’ que no se justifican por los hechos.
Con las prisas por cerrar los países y, como resultado, destrozar sus economías, nadie se ha parado a pensar esta simple pero crítica cuestión: ¿Cómo sabemos que el distanciamiento social realmente funciona? E incluso si funciona para algunas epidemias infecciosas, ¿también lo hace para la COVID-19? E incluso si funcionar para este nuevo coronavirus, ¿ha de ser implantado en algún momento de la epidemia? O ¿estamos cerrando la barrera cuando los caballos ya se han escapado?
En teoría, menos interacción física podría ralentizar la tasa de nuevas infecciones. Pero sin una buena comprensión de cuánto tiempo sobreviven en el aire, en el agua, o en contacto con superficies, incluso eso es especulativo. Merece la pena cuestionarse el valor de los controles de distanciamiento social sin información fiable de cuanta población ha sido ya expuesta y cuanta ha superado el coronavirus. Es posible que la manera más rápida y segura para ‘aplanar la curva’ sea permitir a la gente joven mezclarse normalmente y requerir solamente a los más frágiles y enfermos que permanezcan aislados.
Esta es, de hecho, la primera vez que ponemos en cuarentena a los sanos en lugar de a los enfermos y vulnerables. Como Fredrik Erixon, el director del Centro Europeo para Política Económica Internacional en Bruselas, escribió en The Spectator (Reino Unido) las semana pasada: la teoría del cierre total, después de todo, es demasiado específica, profundamente antiliberal y, hasta ahora, no se ha probado. No es Suecia la que está llevando a cabo un experimento en masa. Son todos los demás.
Hemos planteado estas simples preguntas a demasiados expertos en enfermedades infecciosas, epidemiólogos, diseñadores de modelos matemáticos de enfermedades y a otros inteligentísimos y formados profesionales. Resulta que. mientras necesitas pruebas más allá de la duda razonable para meter entre rejas a un ladrón, no necesitas ninguna evidencia (y menos aún pruebas) para meter a millones de personas en un tremendo, invasivo y peligroso cierre sin final a la vista y sin nada que prevenga de que el cierre sea renovado al capricho de los gestores de la salud pública. ¿Es esto racional?
Cuando hemos preguntado cual es la evidencia disponible para dar soporte a la utilidad de la cuarentena y al aislamiento social, los expertos nos han remitido al crucero Diamond Princess con 700 casos de COVID-19 entre los pasajeros y ocho muertes. Pero un barco es un diseño artificial, un denso contenedor de humanos empaquetados que presenta poco parecido con las condiciones de vida de muchos países.
La otra gran evidencia que los expertos citan es la trayectoria seguida por la gripe porcina de 1918 (la gripe española) que arrasó el planeta hace 102 años y no era un coronavirus. Filadelfia no practicó el distanciamiento social durante la pandemia de 1918 mientras que San Luís sí lo hizo y tuvo una ratio de muertes mucho menor que Filadelfia. Pero ¿cuál es la relevancia respecto a la crisis actual? Además de la falsa causalidad del argumento, hay un punto clave diferencial en el hecho de que los soldados americanos que regresaban de la I Guerra Mundial con el virus de la gripe no podían volar directamente desde París hasta San Luís. Tuvieron que hacer escala en la costa este en puertos como el de Filadelfia. Por tanto, no es sorprendente que muchos soldados enfermos se quedasen a pasar la convalecencia en Filadelfia y allí la expandiesen mientras que los que se encontraban sanos se marchaban a San Luís y otras ciudades del interior.
Basar la arquitectura del distanciamiento social en la evidencia de la gripe porcina de 1918 no tiene sentido, especialmente cuando esa arquitectura causa una evidente destrucción en las vidas y en los formas de vida de la población americana.
Pero los defensores del aislamiento social se agarran frenéticamente a cualquier cosa para dar soporte al cierre mundial. Les fastidia bastante que haya un país en el mundo que no haya cerrado y no practique el aislamiento social de su población. Les jode porque cuando la epidemia pase, probablemente les encantará llegar a la conclusión que el aislamiento ha funcionado.
Suecia ha decidido valerosamente no someterse a una dura cuarentena y, en consecuencia, no ha obligado a sus ciudadanos a recluirse. ‘La estrategia en Suecia es centrarse en el aislamiento social dentro de los grupos de riesgo conocidos, como la gente mayor. Intentamos utilizar evidencias basadas en análisis de datos’ ha declarado a Euronew Emma Frans, una doctora en epidemiología del Karolinska Institute en Suecia. ‘Intentamos tener en cuenta el día a día. El plan sueco es aplicar medidas que se puedan practicar en un largo período de tiempo.’
El problema de los cierres es que ‘tensas el sistema’, ha declarado Anders Tegnel, jefe de epidemiología de Suecia. No puedes prolongar durante meses un cierre; es imposible’. Anders ha señalado al británico Daily Mail ‘No podemos sacrificar todos nuestros servicios. Y el desempleo es una gran amenaza para la salud pública. Es un factor que hay que considerar.’
Si el distanciamiento social funcionase, ¿no debería Suecia, un país nórdico de 10,1 millones de personas, ver como los casos de COVID-19 se disparaban a cientos de miles, superando con mucho las cifras de Italia o Nueva York? Hoy por hoy (06/04/2020) se han declarado 401 muertes por COVID-19.
Las excelentes noticias son que las admisiones en UCI, cuyo censo se actualiza cada 30 minutos a nivel nacional, se mantienen o bajan y lo han estado haciendo durante una semana. Mientras escribo esto (de acuerdo con los datos disponibles), la mayor parte de los casos en UCI de hoy son gente muy mayor y de ellos, el 77% tienen enfermedades tales como ataques de corazón, enfermedades respiratorias, de riñón o diabetes. Es más, no hay ningún caso de pediatría en las UCI ni ningún niño muerto. Solo hay 25 admisiones en la UVI por COVID-19 de menores de 30 años.
Suecia está experimentando una inmunidad de rebaño mediante el rechazo del pánico. Al no exigir el distanciamiento social, la juventud sueca está expandiendo el virus, en la mayor parte de los casos de forma asintomática, tal y como se supone que pasa en una estación de gripe normal. Generarán anticuerpos que harán más y más difícil al virus de Wuhan alcanzar e infectar a los frágiles y a los mayores que sufren condiciones severas. Para tener una mejor perspectiva, la actual tasa de mortalidad de la COVID-19 en Suecia (40 muertes por millón de habitantes) es sustancialmente menor que la tasa sueca de muerte por gripe estacional (en 2018, por ejemplo, en torno a 80 por millón).
Compárese esto con la situación de Suiza, un pequeño y similar país europeo, con 8,5 millones de habitantes. Suiza está practicando un estricto aislamiento social. Pero Suiza ha reportado 715 muertes acumuladas por el virus de Wuhan, con una tasa cerca del doble que la de Suecia. ¿Qué decir de Noruega, muy similar a Suecia? Noruega (5,4 millones de habitantes) ha reportado menos muertes por COVID-19 (71) que Suecia pero presenta un sustancial incremento de la tasa de admisiones en UCI por coronavirus.
El viernes, uno de nosotros habló con Ulf Persson en su oficina en el Instituto Sueco de Economía y Salud. Dijo que toda la gente que conoce está tranquila y se comporta con una precaución mayor de lo habitual respetando el mandato gubernamental de evitar agrupaciones de más de 50 personas y utilizar únicamente las plazas con asiento en bares y restaurantes. Persson cree que la economía sueca podrá perder en torno a un 4% por los cierres. Pero eso no es nada comparado con la Gran Depresión de un 32% de paro que la Reserva Federal americana de San Luís ha pronosticado para los Estados Unidos.
La naturaleza tiene esto, colegas. Hemos estado lidiando con nuevos virus durante innumerables generaciones. La mejor opción es permitir a los jóvenes y sanos –aquellos para los que el virus es raramente letal- desarrollar anticuerpos e inmunidad de rebaño para proteger a los frágiles y enfermos. En la medida que pase el tiempo, se evidenciará que las medidas de aislamiento aplicadas en Suiza o Noruega son muy poco efectivas a la hora de reducir muertes o enfermos pero muy eficaces para destruir la economía local y nacional aumentando la miseria, el dolor, la muerte y la enfermedad por otras causas mientras la vida de las personas es suspendida y el futuro destrozado.
John Fund is a columnist for National Review and has reported frequently from Sweden. Joel Hay is a professor in the department of Pharmaceutical Economics and Policy at the University of Southern California. The author of more than 600 peer-reviewed scientific articles and reports, he has collaborated with the Swedish Institute for Health Economics for nearly 40 years.
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