Surely the link between abusing animals and the world's health is now clear
Nick Cohen
Seguramente la conexión entre abuso animal y salud mundial se está evidenciando
La no consideración del bienestar animal suele ser central para las enfermedades. Pero los políticos no se atreverán a establecer la conexión
Alardear de que cuando los hechos cambian, cambio mi modo de pensar es muy digno. Pero es bastante más cierto que cuando los hechos cambian, refuerzo mis prejuicios. Si quiere una prueba mire al coronavirus que ha cambiado todo y considere el hecho indiscutible de que se ha esparcido por el abuso sobre los animales.
Imagine un mundo en que los hechos cambiasen las mentalidades. La ONU, los gobiernos y cualquiera con influencia podría estar diciendo que deberíamos abandonar la carne o, como mínimo reducir su consumo. Puede que mis lecturas no hayan sido lo amplias que debieran, pero no he oído nada sobre el asunto. Argumentar la relación sería un juego de niños y no debería limitarse a enfatizar que la COVID-19 probablemente ha saltado entre especies en el cutre mercado de Wuhan. El SARS de 2002-2004 empezó en Guandong, probablemente con murciélagos, y después pasó a la jineta que se vende en los mercados y se come en los restaurantes. La cepa H7N9 de gripe aviar empezó, de nuevo, en China y pasó a los humanos desde los pollos enfermos.
China es una especie de placa de microscopio con virus porque el Partido Comunista silencia los avisos de peligro, como el del heroico Dr. Wenliang. Siglos de dictaduras imperiales y comunistas han enseñado a la gente que ‘el disparo le da al pájaro que asoma la cabeza’. La represión se combina con estúpidas creencias del poder sanatorio de los cadáveres de animales; un letal curanderismo que se puede permitir la clase media que más rápido está creciendo en el mundo. Se cree que los murciélagos, que podrían ser la fuente original del coronavirus y del SARS, sirven para recuperar la vista. La jineta es devorada como cura, falsa, para el insomnio.
Pero, aunque esencial, es demasiado cómodo culpar solo al Partido Comunista. El MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio), como su nombre sugiere, se originó en Oriente Medio y llegó a los humanos a través de los camellos. El Ébola empezó en la República Democrática del Congo y probablemente se contagió desde gorilas y chimpancés. Las enfermedades siempre han saltado entre especies, pero la pandemia de la COVID-19 puede ser un singo de una siniestra aceleración. Un artículo el Proceedings of the Royal Society sugiere que la tasa de nuevas infecciones podría estar aumentando a medida que los humanos se amontonan en todos y cada uno de los rincones del planeta. Señalan que la pérdida de hábitats y la explotación de la vida salvaje mediante la caza y el comercio han aumentado el riesgo de infecciones contagiosas. Se piden grandes castigos por el uso de animales exóticos para comer y para hacer medicinas. Pero, una vez más es un eslogan demasiado fácil para que los occidentales lo proclamen y se sientan virtuosos por manifestarlo. Deberíamos estar examinando nuestras dietas.
Si la resistencia a los antibióticos continua aumentando, podremos mirar atrás, a las muertes por la pandemia del coronavirus del 2020 y decir: ¿De verdad? ¿Eso fue todo? La resistencia a los antibióticos puede representar el final del progreso médico y devolver a la humanidad a los tiempos en que heridas menores u operaciones rutinarias podrían ser mortales. La sobre-prescripción de antibióticos a humanos explica, en parte, porqué las bacterias están evolucionando para resistirlos y por qué los investigadores están prediciendo 10 millones de muertes al año por la resistencia bacteriana hacia 2050. El uso de antibióticos en la cruel e incomprensible producción intensiva de carne es igualmente pernicioso. La industria alimentaria afecta negativamente la salud animal. Cerdas a las que no se les da tiempo a recuperarse entre parto y parto, pollos confinados en jaulas abarrotadas sufriendo de estrés con resultados de salmonella y E-coli, necesitan repetidas dosis de antibióticos. En 2012, cuando la oficial médico jefe, Sally Davies, avisó que los antibióticos estaban perdiendo su “efectividad a una ratio que es, al mismo tiempo, alarmante e irreversible”, comparó la emergente crisis sanitaria con la alerta climática. Para hacer su comparación más evidente, podemos añadir que el consumo de carne contribuye desproporcionadamente a la producción de gases de efecto invernadero.
Prohibamos, pues, el uso de antibióticos en las granjas. Consideremos el consumo de carne, leche de vaca y queso del mismo modo que tratamos el tabaco y el alcohol y carguémoslo con altos impuestos. Hagamos que el comercio ilegal con animales salvajes sea un crimen tan grande como el comercio de armas ilegales.
Pero por muy racionales e inspiradoras que puedan ser estas posiciones, siento que mi entorno no coincide con ellas cuando las expongo. No soy un vegano. Si los hechos cambian las ideas, debería serlo –como usted, probablemente. E incluso si los individuos cambiasen, la cultura dominante hace que las demandas de cambio social parezcan ridículas utopías. Imagine una campaña política para reducir el consumo de carne. Sus críticos le acusarían de atacar a los pobres (cuando ven sus placeres amenazados, la gente que apenas piensa en los pobres siempre les invoca) Se les criticaría que querrían prohibir las reuniones dominicales de barbacoa o la alegría de los Big Macs. Nuestros nietos podrán mirar atrás y encontrar incomprensible el abuso sobre los animales. Pero, por el momento, los argumentos para detenerlo provocan incomprensión.
Más que cambiar mentes, la crisis del coronavirus las está agarrotando. Nadie conoce las consecuencias políticas y culturales, solo que habrá consecuencias. La ignorancia no ha impedido a Jeremy Corbyn decir que la pandemia ha demostrado que el socialismo era “totalmente correcto” y a Nigel Farage decir que, al contrario, esto ha demostrado que él tenía razón sobre que la libertad de movimientos tenía que ser prohibida. Trump acusa a China. China acusa a América. En otras palabras, están diciendo y haciendo lo mismo que habrían dicho y hecho si el virus nunca hubiera saltado la barrera de las especies y nadie fuera de China hubiera oído hablar de los mercados de animales vivos.
Hoy en día, el sufrimiento domina nuestros pensamientos, pero, por debajo de esto, hay dos explicaciones del comportamiento humano. Los optimistas creen que gobiernos y los pueblos se adaptarán a las nuevas circunstancias y reconocerán la nueva realidad. Pronto veremos si tienen razón.
El gran físico Max Planck presentó la cara negativa en 1950. Dijo que un nuevo paradigma científico no triunfa convenciendo a sus oponentes. Más bien “finalmente los oponentes mueren y se desarrolla una nueva generación que se ha criado en el nuevo paradigma”.
Los admiradores de Planck condensaron su argumento en una frase que aún hoy resuena: “La ciencia avanza a ritmo de funeral.”
• Nick Cohen is an Observer columnist
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada