Autor: José Ortega y Gasset
Any: 1921
Pàgines: 159
Edició: Tercera edició (1972)
Editorial: Espasa-Calpe S.A.
Col·lecció: Colección Austral nº 1345
Dipòsit legal: M.18.683-1972
Aquest llibre sembla que fou adquirit pel seu propietari original en la ja desapareguda Ancora y Delfin (va tancar el 2012). Jo el vaig comprar la setmana passada a la llibreria "low cost" Re-read per 2€. Una llàstima que no hagi un catàleg de llibres que demanen ser "re-llegits", però per aquest preu no es pot demanar gaire més.
El llibre, que es llegeix d'una sentada, està dividit en Nota de los editores, dos pròlegs (1922 i 1934) una primera part PARTICULARISMO Y ACCION DIRECTA i una segona part LA AUSENCIA DE LOS MEJORES.
Abans de començar, cal tenir present, com en LA REBELIÓN DE LAS MASAS que no es poden tenir prejudicis. Cal llegir-ho i seguir el seu discurs. Per exemple, un dels seus més insistents conceptes, el d'aristocràcia, té molt a veure amb el sentit etimològic i molt poc amb la consideració comú d'aquest concepte miserable i obsolet de l'herència de títols per petimetres improductius.
A banda, sembla increible que el llibre estigui escrit en 1921. La seva rabiosa actualitat el fa imprescindible. Sorayites, Rajoinets, Bonos i altres espècies nocives li podrien fer una ullada.
PRÒLEG A LA SEGONA EDICIÓ (1922)
El deseo, secreción exquisita de todo espíritu sano, es lo primero que se agosta cuando la vida declina. Por eso faltan al anciano, y en su hueco vienen a alojarse las reminiscencias. (pàg. 18 Pròleg a la segona edició)
PRÒLEG A LA QUARTA EDICIÓ (1934)
(...) la faena de vivir, que es siempre tremebunda (...) (pàg. 22 Pròlega a la quarta edició)
PRIMERA PART: PARTICULARISMO Y ACCIÓN DIRECTA
La pluma suculenta [de Mommsen] desciende sobre el papel y escribe estas palabras: La historia de toda nación, y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema de incorporación. (pàg. 32) En aquest punt hi ha una nota indicant que Mommsen va fer servir la paraula “sinoykismo” amb un sentit de “convivència, ajuntament d’habitatges”.
Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad española a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de esto: sometimiento, unificación, incorporación, no significa muerte de los grupos como tales grupos; la fuerza de independencia que hay entre ellos perdura, bien que sometida; esto es, contenido su poder centrífugo por la energía central que los obliga a vivir como parte de un todo y no como todos aparte. Basta con que la fuerza central, escultora de la nación –Roma en el Imperio, Castilla en España, la Isla de Francia en Francia-, amengüe, para que se vea automáticamente reaparecer la energía secesionista de los grupos adheridos. (pàg. 36)
Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana. (pàg. 41)
España es una cosa hecha por Castilla (pàg. 48)
¿Cómo podrán entenderse dos almas de tempo melódico distinto? Si queremos intimar con algo o con alguien, tomemos primero el pulso de su vital melodía y, según él exija, galopemos un rato a su vera o pongamos al paso nuestro corazón. (pàg. 56)
Entonces veríamos que de 1580 hasta el día cuanto en España acontece es decadencia y desintegración. El proceso incorporativo va en crecimiento hasta Felipe II. El año vigésimo de su reinado puede considerarse como la divisoria de los destinos peninsulares. Hasta su cima, la historia de España es ascendente y acumulativa; desde ella hacia nosotros, la historia de España es decadente y dispersiva. El proceso de desintegración avanza en rigoroso orden de la periferia al centro. Primero se desprenden los Paises Bajos y en Milanesado; luego, Nápoles. A principios del siglo XX se separan las grandes provincias ultramarinas, y a fines de él, las colonias menores de América y Extremo Oriente. En 1900, el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular. ¿Termina con esto la desintegración? Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular. En 1900 se empieza a oír el rumor de regionalismos, nacionalismos, separatismos... Es el triste espectáculo de un larguísimo multisecular otoño, laborado periódicamente por ráfagas adversas que arrancan del inválido ramaje enjambres de hojas caducas. (pàg. 57-58)
La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás. (pàg. 59)
Pocas cosas hay tan significativas del estado actual como oír a vascos y catalanes sostener que son ellos pueblos “oprimidos” por el resto de España. La situación privilegiada que gozan es tan evidente que, a primera vista, esa queja hará de parecer grotesca. Pero a quien le interese no tanto juzgar a las gentes como entenderlas, le importa más notar que ese sentimiento es sincero, por muy injustificado que se repute. Y es que se trata de algo puramente relativo. El hombre condenado a vivir con una mujer a quien no ama siente las caricias de ésta como un irritante roce de cadenas. Así, aquel sentimiento de opresión, injustificado en cuanto pretende reflejar una situación objetiva, es síntoma verídico del estado subjetivo en que Cataluña y Vasconia se hallan. (Nota 1 dins pàgina 60)
Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho.
Núcleo inicial de la incorporación ibérica, Castilla acertó a superar su propio particularismo e invitó a los demás pueblos peninsulares para que colaborasen en un gigantesco proyecto de vida común. Inventa Castilla grandes empresas incitantes, se pone al servicio de altas ideas jurídicas, morales, religiosas, dibuja un sugestivo plan de orden social: impone la norma de que todo hombre mejor debe ser preferido a su inferior, el activo al inerte, el agudo al torpe, el noble al vil. Todas estas aspiraciones, normas, hábitos, ideas se mantienen durante algún tiempo vivaces. Las gentes alientan influidas eficazmente por ellas, crecen en ellas, las respetan o las temen. Pero si nos asomamos a la España de Felipe III advertiremos una terrible mudanza. A primera vista nada ha cambiado, pero todo se ha vuelto de cartón y suena a falso. Las palabras vivaces de antaño siguen repitiéndose, pero ya no influyen en los corazones: las ideas incitantes se han tornado tópicos. No se emprende nada nuevo, ni en lo político, ni en lo científico, ni en lo moral. Toda la actividad que resta se emplea precisamente “en no hacer nada nuevo”, en conservar el pasado –instituciones y dogmas-, en sofocar toda iniciación, todo fermento innovador. Castilla se transforma en lo más opuesto a sí misma: se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria. Ya no se ocupa en potenciar la vida de las otras regiones; celosa de ellas, las abandona a sí mismas y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa.
Si Cataluña o Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiese acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían, por ventura, caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia. (pàg. 61-62)
¿Cuándo ha latido el corazón, al fin y al cabo extranjero, de un monarca español o de la Iglesia española por los destinos hondamente nacionales? Que se sepa, jamás. Han hecho todo lo contrario: Monarquía e Iglesia se han obstinado en hacer adoptar sus destinos propios como los verdaderamente nacionales .
Han fomentado, generación tras generación, una selección inversa en la raza española. Sería curioso y científicamente fecundo hacer una historia de las preferencias manifestadas por los reyes españoles en la elección de las personas. Ella mostraría la increíble y continuada perversión de valoraciones que los ha llevado casi indefectiblemente a preferir los hombres tontos a los inteligentes, los envilecidos a los irreprochables. Ahora bien: el error habitual, inveterado, en la elección de personas, la preferencia inveterada de lo ruin a lo selecto es el síntoma más evidente de que no se quiere en verdad hacer nada, emprender nada, crear nada que perviva luego por sí mismo. Cuando se tiene el corazón lleno de un alto empeño se acaba siempre por buscar los hombres más capaces de ejecutarlo. (pàg. 63)
Hom considera que els intel·ligents i capacitats s'envolten de gent igual o millor. Per tant,...
Por eso decía Renan que una nación es un plebiscito cotidiano. (pàg. 64)
I aquí no tenim ni tan sols dret a decidir...
I aquí no tenim ni tan sols dret a decidir...
Desde hace mucho tiempo, mucho, siglos, pretende el Poder público que los españoles existamos no más que para que él se de el gusto de existir. Como el pretexto es excesivamente menguado, España se va deshaciendo, deshaciendo... Hoy ya es, más bien que un pueblo, la polvareda que queda cuando por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo... (pàg. 64)
Vuelvo una vez más al tema que es leimotiv de este ensayo: la convivencia nacional es una realidad activa y dinámica, no una coexistencia pasiva y estática como el montón de piedras al borde de un camino. (pàg. 68)
En 1909 una operación colonial lleva a Marruecos parte de nuestro ejército. El pueblo acude a las estaciones para impedir su partida, movido por la susodicha resolución del pacifismo. No era lo que se llamó “operación de policía” empresa de tamaño bastante para templar el ánimo de una milicia como la nuestra. Sin embargo, aquel reducido empeño bastó para que despertase el espíritu gremial de nuestro ejército. Entonces volvió a formarse plenamente su conciencia de grupo, se concentró en sí mismo, se unió consigo mismo; mas no por esto se reunió al resto de las clases sociales. Al contrario: la cohesión gremial se produjo en torno a aquellos sentimientos acerbos que antes he mentado. De todas suertes, Marruecos hizo del alma dispersa de nuestro ejército un puño cerrado, moralmente dispuesto para el ataque. (pàg. 74-75)
Desarticulado de las demás clases nacionales –como éstas, a su vez, lo están entre sí-, sin respeto hacia ellas ni sentir su presión refrenadora, vive el ejército en perpetua inquietud, queriendo gastar su espiritual pólvora acumulada y sin hallar empresa congrua en que hacerlo. ¿No era la inevitable consecuencia de todo este proceso que el ejército cayese sobre la nación misma y aspirase a conquistarla? ¿Cómo evitar que su afán de campaña quedara reprimido y renunciase a tomar algún presidente del Consejo como si fuera una cota? (pàg. 75-76)
La psicología del particularismo que he intentado delinear podría resumirse diciendo que particularismo se presenta siempre que en una clase o gremio, por una u otra causa, se produce la ilusión intelectual de creer que las demás clases no existen como plenas realidades sociales o, cuando menos, que no merecen existir. Dicho aún más simplemente: particularismo es aquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás. Unas veces por excesiva estimación de nosotros mismos, otras por excesivo menosprecio del prójimo, perdemos la noción de nuestros propios límites y comenzamos a sentirnos como todos independientes. Contar con los demás supone percibir, si no nuestra subordinación a ellos, por lo menos la mutua dependencia y coordinación en que todos vivimos. Ahora bien: una nación es, a la postre, una ingente comunidad de individuos y grupos que cuentan los unos con los otros. Este contar con el prójimo no implica necesariamente simpatía hacia él. Luchar con alguien, ¿no es una de las más claras formas de demostrarnos que existe para nosotros? Nada se parece tanto al abrazo como el combate cuerpo a cuerpo. (pàg. 77-78)
... , ¿Cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se abstiene en no sustituir a esos perversos elegidos? (pàg. 79)
Los políticos actuales son fiel reflejo de los vicios étnicos de España,... (pàg. 79)
Estos días asistimos a la catàstrofe sobrevenida en la economía española por la torpeza y la inmoralidad de nuestros industriales y financieros. Por grandes que sean la incompetencia y desaprensión de los políticos, ¿quién puede dudar que los banqueros, negociantes y productores les ganan el campeonato? (Nota 1 pàg. 79)
Cuando un loco o un imbécil se convence de algo, no se da por convencido él solo, sino que al mismo tiempo cree que están convencidos todos los demás mortales. (pàg. 83)
El que, en efecto, quiere luchar, empieza por creer que el enemigo existe, que es poderoso; por tanto, peligroso; por tanto, respetable. Procurará, en vista de ello, aunar todas las colaboraciones posibles; empleará todos los resortes de la gracia persuasiva, de la dialéctica, de la cordialidad y aun de la astucia para enrolar bajo su bandera cuantas fuerzas pueda. El que se cree victorioso procederá inversamente: tiene ya a su espalda e inerte al enemigo. No necesita andar ya con contemplaciones, ni halagar a nadie para que le ayude, ni fingir actitudes amplias, generosas, que arrastren en pos de sí los corazones. Por el contrario, tenderá a reducir sus filas para repartir entre menos el botín de la victoria y, marchando en vía recta, tomará posesión de lo conquistado. La acción directa, en suma, es la táctica del victorioso, no la del luchador. (pag. 84)
Es penoso observar que desde hace muchos años, en el periódico, en el sermón y en el mitín, se renuncia desde luego a convencer al infiel y se habla solo al parroquiano ya convicto. (pàg. 86-87)
SEGONA PART: LA AUSENCIA DE LOS MEJORES
En un país
donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior se
dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean
los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más
rematadamente imbéciles. (pàg. 96)
Seria força interessant conèixer l'opinió d'Ortega sobre els més venuts per Sant Jordi.
En las horas de historia ascendente, de apasionada instauración nacional, las masas se sienten masas, colectividad anónima que, amando su propia unidad, la simboliza y concreta en ciertas personas elegidas, sobre las cuales decanta el tesoro de su entusiasmo vital. Entonces se dice que “hay hombres”. En las horas decadentes, cuando una nación se desmorona, víctima del particularismo, las masas no quieren ser masas, cada miembro de ellas se cree con personalidad directora, y, revolviéndose contra todo el que sobresale, descarga sobre él su odio, su necedad y su envidia. Entonces, para justificar su inepcia y acallar un íntimo remordimiento, la masa dice que “no hay hombres”. (pàg. 96-97)
Este
fenómeno mortal de insubordinación espiritual de las masas contra toda minoría
eminente se manifiesta con tanta mayor exquisitez cuanto más nos alejamos de la
zona política. Así el público de los espectáculos y conciertos se cree superior
a todo dramaturgo, compositor o crítico, y se complace en cocear a unos y a
otros. Por muy escasa discreción y sabiduría que goce un crítico, siempre
ocurrirá que posee más de ambas cualidades que la mayoría del público. (pàg.
104)
Nada se halla, pues, más lejos de mi intención, cuando hablo de
aristocracia, que referirme a lo que por descuido suele aún llamarse así. (pàg.
117)
Aquest apunt és clau per no malinterpretar a Ortega.
Por una extraña y trágica perversión del instinto encargado de las
valoraciones, el pueblo español, desde hace siglos, detesta todo hombre
ejemplar, o, cuando menos está ciego para sus cualidades excelentes. Cuando se
deja conmover por alguien, se trata, casi invariablemente, de algún personaje
ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudinarios.
Més enllà del debat ètic sobre els sous de Cristiano Ronaldo o Leo Messi, tenir aquest elements com a referents és un símptoma dels nostres temps. I això per no parlar dels cantarins per adolescents o les xorrades de YouTube i similars.
El dato que mejor define la peculiaridad de una raza es el perfil de los modelos que elige, como nada revela mejor la radical condición de un hombre que los tipos femeninos de que es capaz de enamorarse. (pàg. 124)
I viceversa
Puede afirmarse que casi todas las ideas sobre el pasado nacional que hoy
viven alojadas en las cabezas españolas son ineptas y, a menudo, grotescas.
(pàg. 128)
Los germanos conquistadores no se funden con los autóctonos vencidos, en un mismo plano, horizontalmente, sino verticalmente. (pàg. 130)
…la diferencia entre Francia y España se deriva, no tanto de la diferencia
entre galos e íberos como de la diferente calidad de los pueblos germánicos que
invadieron ambos territorios. Va de Francia a España lo que va del franco al
visigodo.
Por desgracia, del franco al visigodo va una larga distancia. Si cupiese
acomodar los pueblos germánicos inmigrantes en una escala de mayor a menor
vitalidad histórica, el franco ocuparía el grado más alto, el visigodo un grado
muy inferior. Esta diferente potencialidad de uno y de otro ¿era originaria,
nativa? No es ello cosa que ahora podamos averiguar ni importa para nuestra
cuestión. El hecho es que al entrar el franco en las Galias y el visigodo en
España representan ya dos niveles distintos de energía humana. El visigodo era
el pueblo más viejo de Germania, había convivido con el Imperio romano en su
hora más corrupta, había recibido su influjo directo y envolvente. Por lo mismo
era el más “civilizado”, esto es, el más reformado, deformado y anquilosado.
Toda “civilización” recibida es fácilmente mortal para quien la recibe. Porque
la "civilización" -a diferencia de la cultura- es un conjunto de
técnicas mecanizadas, de excitaciones artificiales, de lujos o “luxuria” que se
va formando por decantación en la vida de un pueblo. Inoculado a otro organismo
popular es siempre tóxico, y en altas dosis es mortal. Un ejemplo: el alcohol
fue una “luxuria” aparecida en las civilizaciones de raza blanca, que, aunque
sufran daños con su uso, se han mostrado capaces de soportarlo. En cambio,
transmitido a Oceanía y al África negra, el alcohol aniquila razas enteras.
Eran pues, los visigodos germanos alcoholizados de romanismo, un pueblo
decadente que venía dando tumbos por el espacio y por el tiempo cuando llega a
España, último rincón de Europa, donde encuentra algún reposo. Por el
contrario, el franco irrumpe intacto en la gentil tierra de Galia, vertiendo
sobre ella el torrente indómito de su vitalidad. (pàg. 131-132)
Si a un “señor” germano se le hubiera preguntado con qué derecho poseía la
tierra, su respuesta íntima habría sido estupefaciente para un romano o para un
demócrata moderno. “Mi derecho a esta tierra –habría dicho- consiste en que yo
la gané en batalla y en que estoy dispuesto a dar todas las que sean necesarias
para no perderla”. El romano y el demócrata, encerrados en un sentido de la
vida y, por tanto, del derecho distinto del germánico, no entenderían estas
palabras y supondrían que aquel hombre era un bruto negador del derecho. (pàg.
134-135)
Frente al “trabajo” agrícola está el “esfuerzo” guerrero, que son dos
estilos de sudor altamente respetables. El callo del labriego y la herida del
combatiente representan dos principios de derecho, llenos ambos de sentido.
(pàg. 135)
Esto es lo que interesa al germano: no el derecho de propiedad económica de
la tierra, sino el derecho de autoridad. Por eso el germano no es, en rigor,
propietario del territorio, sino más bien,“señor” de él. Su espíritu es
radicalmente inverso del que reside en el capitalista. Lo que quiere no es
cobrar, sino mandar, juzgar y tener leales. (pàg. 136)
Cuando alguien se los disputa, repugna al feudal acudir ante un tribunal
que lo defienda. El privilegio que con mayor tenacidad sostuvo fue precisamente
el de no ser sometido a tribunal en sus contiendas con los demás, sino poder
dirimirlas entre sí, lanza al puño y de hombre a hombre. (pàg. 137)
La anormalidad de la historia española ha sido demasiado permanente para
que obedezca a causas accidentales. (pàg. 141)
Aspecte fonamental. No som/són normals.
Ha habido algún momento de suficiente salud; hasta hubo horas de esplendor
y de gloria universal, pero siempre salta a los ojos el hecho evidente de que
en nuestro pasado la anormalidad ha sido lo normal. Venimos, pues, a la conclusión
de que la Historia de España entera, y salvas fugaces jornadas, ha sido la
historia de una decadencia. (pàg. 141)
Basta acercarse un poco al gigantesco suceso, aun renunciando a perescrutar
su fondo secreto, para advertir que la colonización española de América fue una
obra popular. La colonización inglesa es ejecutada por minorías selectas y
poderosas. Desde luego toman en su mano la empresa grandes Compañías. Los “señores”
ingleses habían sido los primeros en abandonar el exclusivo oficio de la guerra
y aceptar como faenas nobles el comercio y la industria. En Inglaterra, el
espíritu audaz del feudalismo acertó muy pronto a desplazarse hacia otras
empresas menos bélicas y como Sombart ha mostrado, contribuyó grandemente a
crear el moderno capitalismo. La empresa guerrera se transforma en empresa
industrial, y el paladín en empresario. (pàg. 147)
Así, un pueblo que, por una perversión de sus afectos, da en odiar a toda individualidad
selecta y ejemplar por el mero hecho de serlo, y siendo vulgo y masa se juzga
apto para prescindir de guías y regirse por sí mismo en sus ideas y en su
política, en su moral y en sus gustos, causará irremediablemente su propia
degeneración. (pàg. 153)
Donde más importa que la masa se sepa masa y, por tanto sienta el deseo de dejarse
influir, de aprender, de perfeccionarse, es en los órdenes más cotidianos de la
vida, en su manera de pensar sobre las cosas que se habla en las tertulias y se
lee en los periódicos, en los sentimientos con que se afrontan las situaciones
más vulgares de la existencia. (pàg. 156)
Advirtamos, por ejemplo, lo que acontece en las conversaciones españolas.
Y, ante todo, no extrañe que más de una vez se aluda en este volumen a las
conversaciones, tributándoles una alta consideración. ¿Por ventura se cree que
es más importante la actividad electoral? Sin embargo, bien claro está que las
elecciones son, a la postre, mera consecuencia de lo que se parle y de cómo se parle
en un país. Es la conversación el instrumento socializador por excelencia, y en
su estilo vienen a reflejarse las capacidades de la raza. (pàg. 157)
I no va conèixer les "tertúlies" de la TV !
Goethe los llamó protofenómenos. Pues bien, la conversación es un
protofenómeno de la historia. (pàg. 157)
De este modo se ha ido estrechando y rebajando el contenido espiritual del
alma española, hasta el punto de que nuestra vida entera parece hecha a la
medida de las cabezas y de la sensibilidad que usan las señoras burguesas, y
cuanto trascienda de tan angosta órbita toma un aire revolucionario, aventurado
y grotesco.
Yo espero que en este punto se comporten las nuevas generaciones con la
mayor intransigencia. Urge remontar la tonalidad ambiente de las conversaciones,
del trato social y de las costumbres hasta un grado incompatible con el cerebro
de las señoras burguesas. (pàg. 158)
Les captures de text són de aquesta pàgina.
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