Título: Industrias
y andanzas de Alfanhuí
Autor: Rafael
Sánchez Ferlosio
Año: 1951
Edición: David
Roas
Editorial:
Crítica
Colección:
Clásicos y modernos nº 22
Coordinación:
Rebeca Martín y Xavier Tubau
Publicación: 2008
Páginas: 226
ISBN:
978-84-8432-933-6
“Cinco muchachos estaban alrededor del fuego, de pie, con las manos en los
bolsillos. Se acercó a ellos y echó, como era costumbre en Guadalajara, un
palito en las llamas, para poder participar del fuego. Alfanhuí creyó que le
iban a saludar, pero tan solo le hicieron sitio y siguieron hablando de cosas
raras.” (páginas 140-141)
“Sobre el aparador había una caja de lata, en la que estaba pintado Los
Borrachos, de Velázquez, y que había tenido carne de membrillo, pero ahora
servía para los botones. Daba muchos sustos a los forasteros, porque al rato de
cerrarla, sonaba un golpe cuando la lámina de la tapadera se desabollaba de
nuevo y volvía por sí sola a su ser.” (página 151)
“Una gitana se acercó también a don Zana y Alfanhuí, y les tendió la
pandereta. Don Zana le dijo:
-El arte no se paga, chica.” (página 156)
“Sobre un montón de trapos, una perra chiquita daba de mamar a sus
cachorros y los lamía y los relamía.” (página 157)
“El jardín no tenía árboles pero sí muchas flores cultivadas en botes de
conserva y en cubos viejos, junto a la pared.” (página 157)
“Nunca sacaban a nadie por la puerta, aunque pudieran, siempre lo hacían
por las ventanas y por los balcones, porque lo importante para vencer era la
espectacularidad. Bombero hubo que, en su celo, subió a la joven del primer
piso, hasta el quinto, para salvarla desde allí.
En cada piso había siempre una joven. Todos los demás vecinos salían de la
casa antes de llegar los bomberos. Pero las jóvenes tenían que quedarse para
ser salvadas. Era la ofrenda sagrada que hacía el pueblo a sus héroes, porque
no hay héroe sin dama. Cuando llegaba la hora del fuego, toda joven conocía su
deber. Mientras los demás huían aprisa con los enseres, ellas se levantaban
lentas y trágicas, dando tiempo a las llamas, quitaban de su rostro las
pinturas y los afeites, soltaban las largas cabelleras, se desnudaban y se
ponían el blanco camisón. Salían por fin, solemnes y magníficas, a gritar y a
bracear en los balcones.
Así lo vio Alfanhuí aquel día, así sucedía siempre que había fuego. Sucedía
siempre lo mismo porque era un tiempo de orden y de respeto y de buenas
costumbres.” (página 163)
“Oye, yo sé muy bien tus historias; cuando nadie se acuerde las sabré yo sola
y no se las contaré a nadie.” (página 177)
“La abuela sacaba su manojo de llaves y metía una en su arca. Sonaba la
cerradura. La abuela destapaba el arca y las bisagras rechinaban. La abuela
sacaba algo y lo pasaba a otra arca. Sonaba ese algo y la segunda cerradura. De
cada arca salía una vaga luz, queda y fosforescente, de un color verdoso o
azul, o rosa, o blanco. Así empezaba a ir la abuela de arca en arca, sacando y
metiendo, abriendo y cerrando.” (página 200)
“A la tercera vez, se levantó una sombra en forma de buey, del cuerpo de
«Caronglo», la sombra que «Caronglo» dejaba en el suelo cuando vivía, y se puso
en pie. Alfanhuí se apartó. La sombra de
«Caronglo» echó a andar
rodeada por todos
los bueyes que
seguían cantándole el funeral, monótono como una salmodia. Todos se
encaminaron hacia el río y Alfanhuí les seguía. Iban
lentamente, al compás
de los largos mugidos. «Pinzón»
iba el primero, delante de la sombra, y los otros, a los
lados y detrás.
Al fin llegaron
a la ribera
y se detuvieron.
Callaron un momento y
reemprendieron el cántico
en otro tono.
Luego, «Pinzón» se hizo a un lado y la sombra de «Caronglo» avanzó hacia
las aguas. Los bueyes se quedaron en la
orilla mientras «Caronglo» se internaba en el río, lentamente. El
agua le fue llegando por las
rodillas, por el vientre, por el
pecho. La sombra de «Caronglo» avanzaba y se hundía en el río. La corriente
empezaba a llevarle.” (páginas 204-205)
“Por Medina del Campo pasan todos los caminos. Ella está como una ancha
señora sentada en medio de la meseta; ella extiende sus faldas por la llanura.
Sobre la rica tela, se dibujan los campos y los caminos, se bordan las
ciudades.” (página 207)
Libro raro. El lector de novelas que espera una trama ya puede ir
olvidándose de Alfanhuí. El que busque picaresca la encontrará en la crítica,
pero creo que no la verá en las páginas de Ferlosio. También he de admitir que
sigo sin encontrarla en el Lazarillo, pero eso ya es un problema personal. Lo
que sí vas a encontrar es un realismo mágico castellano y una riqueza de lenguaje
casi inabordable.
Creo que se trata de una lectura que se ha de abordar con mucha
tranquilidad. Lo más destacable es su aspecto descriptivo y encapsulado. No es
una descripción de paisaje naturalista; en cada pequeño párrafo hay multitud de
matices que constituyen el verdadero valor de la obra. Y cuando aceptas ese
juego, el libro, desde este urbano siglo XXI, se convierte en una especie de
arqueología que te hace reflexionar sobre cuándo fue la última vez que viste
una perra sin dueño amamantar a sus cachorros o por qué los botes de conserva
han dejado de dedicarse, en su segunda vida, a la noble labor de ser tiesto.
Reconozco alguna tentación de dejarlo a mitad de libro, pero al mismo tiempo
se le ha de reconocer un algo hipnótico que surge cuando te pierdes en la
intensidad de sus matices.
Sobre las correcciones del editor:
“El libro se llamaba «Petit
Larousse Illustré».” (página 153)
Nota: Petit Larousse Illustré. He corregido
el evidente error de la primera edición (Illustrée).
«Abbé Lazzaro Spallanzani.
(…)
Genève 1786»”
Nota: Lazzaro Spallanzani: fisiólogo
italiano (…) He corregido también los errores ortográficos.
Pues no me parece demasiado bien.
Quizá el autor tuviera la intención de no ser estricto con la realidad o vaya
usted a saber. Si empezamos a corregir las jotas a Juan Ramón Jiménez a lo
mejor perdemos algo. Me fastidian enormemente los errores de tipografía, -como
por ejemplo “bajo las ssanciones
establecidas” (página 227) pero creo que hemos de respetar, en lo posible, la
fidelidad del texto.
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