dimarts, 18 de desembre del 2018
Sororitat
L’Observatori de Neologia (OBNEO) de la Universitat Pompeu Fabra i l’Institut d’Estudis Catalans (IEC) han llançat per cinquè any consecutiu una crida oberta a participar en la tria del neologisme de l'any. Les 5.000 persones que hi han participat han escollit 'sororitat' (32,6%) com a neologisme del 2018. El segon lloc ha estat per a 'èpic' (14,3%) i el tercer per a 'demofòbia' (11,2%). Els altres candidats han obtingut menys del 10 % dels vots: 'sostre de vidre' (9,3%), 'migrant' (8,8%), 'microplàstic' (6,3%), 'criptomoneda' (5,4%), 'seriòfil' (5,4%), 'narcopís' (5,1%) i 'pis rusc' (1,6%).
La paraula 'sororitat' es refereix a la relació de solidaritat entre dones basada en motius socials, ètics i emocionals. Des del feminisme s'utilitza des de fa uns anys aquesta versió femenina de la fraternitat que l’Observatori de Neologia va començar a documentar en català a finals de l’any 2016. Ha estat sobretot l’any 2018 quan aquest mot s'ha incorporat a l'ús social.
https://www.ara.cat/cultura/Sororitat-escollit-neologisme-del_0_2145385549.html
El castella, a la RAE ja en té "sororial":
1. adj. Perteneciente o relativo a la hermana.
En català tenim:
Sororat: m ETNOL Costum imposat en algunes cultures pel qual un vidu ha de casar-se amb la germana de la seva muller difunta.
I tots dos idiomes tenen "sor".
És un bon moment per recordar que Unamuno, al 1925, en el pròleg de La tía Tula, ja en parlava de sororitat:
"Antes de terminar este prólogo queremos hacer otra observación, que le podrá parecer a alguien quizá sutileza de lingüista y filólogo, y no lo es sino de psicología. Aunque ¿es la psicología algo más que lingüística y filología?
La observación es que así como tenemos la palabra paternal y paternidad que derivan de pater, padre, y maternal y maternidad, de mater, madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad, es extraño que junto a fraternal y fraternidad, de frater, hermano, no tengamos sororal y sororidad, de soror, hermana. En latín hay sorius, a, um, lo de la hermana, y el verbo sororiare, crecer por igual y juntamente.
Se nos dirá que la sororidad equivaldría a la fraternidad, mas no lo creemos así. Como si en latín tuviese la hija un apelativo de raíz distinta que el de hijo, valdría la pena de distinguir entre las dos filialidades.
Sororidad fue la de la admirable Antígona, esta santa del paganismo helénico, la hija de Edipo, que sufrió martirio por amor a su hermano Polinices, y por confesar su fe de que las leyes eternas de la conciencia, las que rigen en el eterno mundo de los muertos, en el mundo de la inmortalidad, no son las que forjan los déspotas y tiranos de la tierra, como era Creonte.
Cuando en la tragedia sofocleana Creonte le acusa a su sobrina Antígona de haber faltado a la ley, al mandato regio, rindiendo servicio fúnebre a su hermano, el fratricida, hay entre aquéllos este duelo de palabras:
«A.— No es nada feo honrar a los de la misma entraña.
»Cr.— ¿No era de tu sangre también el que murió contra él?
»A.— De la misma, por madre y padre…
»Cr.— ¿Y cómo rindes a este un honor impío?
»A.— No diría eso el muerto…
»Cr.— Pero es que le honras igual que al impío…
»A.— No murió su siervo, sino su hermano.
»Cr.— Asolando esta tierra, y el otro defendiéndola…
»A.— El otro mundo, sin embargo gusta de igualdad ante la ley.
»Cr.— ¿Cómo ha de ser igual para el vil que para el noble?
»A.— Quién sabe si estas máximas son santas allí abajo…».
(Antígona, versos 511-521).
¿Es que acaso lo que a Antígona le permitió descubrir esa ley eterna, apareciendo a los ojos de los ciudadanos de Tebas y de Creonte, su tío, como una anarquista, no fue el que era, por terrible decreto del Hado, hermana carnal de su propio padre, Edipo? Con el que había ejercido oficio de sororidad también.
El acto sororio de Antígona dando tierra al cadáver insepulto de su hermano y librándolo así del furor regio de su tío Creonte, parecióle a este un acto de anarquista. «¡No hay mal mayor que el de la anarquía!», declaraba el tirano. (Antígona, verso 672). ¿Anarquía? ¿Civilización?
Antígona, la anarquista según su tío, el tirano Creonte, modelo de virilidad, pero no de humanidad; Antígona, hermana de su padre Edipo y, por lo tanto, tía de su hermano Polinices, representa acaso la domesticidad religiosa, la religión doméstica, la del hogar, frente a la civilidad política y tiránica, a la tiranía civil, y acaso también la domesticación frente a la civilización. Aunque ¿es posible civilizarse sin haberse domesticado antes? ¿Caben civilidad y civilización donde no tienen como cimientos domesticidad y domesticación?
Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una sutileza lingüística el sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias y sororidad. Y habrá barbarie de guerras devastadoras, y otros estragos, mientras sean los zánganos, que revolotean en torno de la reina para fecundar y devorar la miel que no hicieron, los que rijan las colmenas.
¿Guerras? El primer acto guerrero fue, según lo que llamamos Historia Sagrada, la de la Biblia, el asesinato de Abel por su hermano Caín. Fue una muerte fraternal, entre hermanos; el primer acto de fraternidad. Y dice el Génesis que fue Caín, el fratricida, el que primero edificó una ciudad, a la que llamó del nombre de su hijo —habido en una hermana— Henoc. (Gén., IV, 17). Y en aqueIla ciudad, polis, debió empezar la vida civil, política, la civilidad y la civilización. Obra, como se ve, del fratricida. Y cuando siglos más tarde, nuestro Lucano, español, llamó a las guerras entre César y Pompeyo plusquam civilia, más que civiles —lo dice en el primer verso de su Pharsalia— quiere decir fraternales. Las guerras más que civiles son las fraternales.
Aristóteles le llamó al hombre zoon politicon, esto es, animal civil o ciudadano —no político, que esto es no traducir— animal que tiende a vivir en ciudades, en mazorcas de casas estadizas, arraigadas en tierra por cimientos, y ese es el hombre y, sobre todo, el varón. Animal civil, urbano, fraternal y… fratricida—. Pero ese animal civil, ¿no ha de depurarse por acción doméstica? Y el hogar, el verdadero hogar, ¿no ha de encontrarse lo mismo en la tienda del pastor errante que se planta al azar de los caminos? Y Antígona acompañó a su padre, ciego y errante, por los senderos del desierto, hasta que desapareció en Colono. ¡Pobre civilidad, fraternal, cainita, si no hubiera la domesticidad sororia!…
Va, pues, el fundamento de la civilidad, la domesticidad, de mano en mano, de hermanas, de tías. O de esposas de espíritu, castísimas, como aquella Abisag, la sunamita de que se nos habla en el capítulo I del libro I de los Reyes, aquella doncella que le llevaron al viejo rey David, ya cercano a su muerte, para que le mantuviese en la puesta de su vida, abrigándole y calentándole en la cama, mientras dormía. Y Abisag le sacrificó su maternidad, permaneció virgen por él —pues David no la conoció— y fue causa de que más luego Salomón, el hijo del pecado de David con la adúltera Betsabé, hiciese matar a Adonías, su hermanastro, hijo de David y de Hagit, porque pretendió para mujer a Abisag, la última reina con David, pensando así heredar a este su reino.
Pero a esta Abisag y a su suerte y a su sentido pensamos dedicar todo un libro que no será precisamente una novela. Ni una nivola.
Y ahora el lector que ha leído este prólogo —que no es necesario para inteligencia en lo que sigue— puede pasar a hacer conocimiento con la tía Tula, que si supo de santa Teresa y de Don Quijote, acaso no supo ni de Antígona la griega ni de Abisag la israelita.
En mi novela Abel Sánchez intenté escarbar en ciertos sótanos y escondrijos del corazón, en ciertas catacumbas del alma, adonde no gustan descender los más de los mortales. Creen que en esas catacumbas hay muertos, a los que lo mejor es no visitar, y esos muertos, sin embargo, nos gobiernan. Es la herencia de Caín. Y aquí, en esta novela, he intentado escarbar en otros sótanos y escondrijos. Y como no ha faltado quien me haya dicho que aquello era inhumano, no faltará quien me lo diga, aunque en otro sentido, de esto. Aquello pareció a alguien inhumano por viril, por fraternal; esto lo parecerá acaso por femenil, por sororio. Sin que quepa negar que el varón hereda feminidad de su madre y la mujer virilidad de su padre. ¿O es que el zángano no tiene algo de abeja y la abeja de zángano? O hay, si se quiere, abejos y zánganas.
Y nada más, que no debo hacer una novela sobre otra novela.
En Salamanca, ciudad, en el día de los Desposorios de Nuestra Señora del año de gracia milésimo novecentésimo y vigésimo."
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