La Vanguardia, jueves 24 de enero de 2019.
Página 2
El
perill de deixar morir la conversa
Marius Carol. Director
Sherry Turkle,
professora de Psicologia a l’Institut de Tecnologia de Massachusetts, pensa que
l’era digital pot posar fi definitivament a la conversa tal com l’hem concebut
al llarg de la història. La conversa entesa com a intercanvi en directe entre
dues o més persones que expressen oralment les seves idees o afectes. Quan
utilitzem la intermediació d’una pantalla digital, a través de la qual emetem i
rebem multitud de missatges, establim una comunicació, però no és el mateix.
Turkle explica a les pàgines de Cultura del diari: “Mantenir una conversa cara
a cara exigeix alguna cosa més que enviar un watsap. Requereix paciència,
impedeix retocar el que hem dit i això genera neguit. Per això els adolescents
prefereixen enviar-se missatges a entaular una conversa”. Aquesta professora,
que acaba de publicar el llibre En defensa de la conversación, es va fer famosa fa uns anys quan en una conferència davant de
diversos gurus de Silicon Valley (hi havia des de Jeff Bezos fins a Melinda
Gates) va dir en veu alta: “Apaguin els mòbils i comencin a viure”. A ella, que
treballa en una universitat que ha fet de la tecnologia la seva bandera, li
preocupa que el ciutadà del nostre temps se senti més sol que mai malgrat estar
permanentment connectat. I que els missatges i les emoticones substitueixin les
paraules i els sentiments. En qualsevol cas, creu que som a temps de recuperar
la conversa i tenir una relació sana amb els dispositius electrònics. El drama
és que l’univers digital ens allunya de les persones que formen part del nostre
món, fent que les comprenguem menys. I internet ens ofereix tal quantitat
d’informació que aconsegueix que, al final, no ens involucrem de ple en res.
El llibre de Turkle és una crida d’atenció, un avís a navegants
digitals. En cap cas és un assaig contra la tecnologia, sinó més aviat una obra
a favor de la relació humana. Capaç de tornar a posar en valor la solitud.
La Vanguardia, jueves 24 de enero de 2019.
Página 33
“Si
para evitar la confrontación usas un ‘wats’, tu personalidad cambia”
Sherry Turkle, autora de ‘En defensa de la
conversación’
N. Escur. Barcelona
Lleva años investigando sobre los efectos de
las tecnologías y la era digital en las nuevas generaciones. La neoyorquina
Sherry Turkle, socióloga y psicóloga considerada una eminencia mundial en el
sector, comparte con La Vanguardia algunas conclusiones de su ensayo En defensa de la conversación que ahora
llega de la mano de Ático de los Libros.
¿Por qué los adolescentes temen conversar, lo evitan?
Mantener una conversación cara a cara exige
más que enviar un watsap. Conversar requiere paciencia y, sobre todo, impide que
podamos retocar o repetir lo que hemos dicho. Esto genera desasosiego, por eso
los adolescentes prefieren mandarse mensajes a entablar una conversación. Se
trata de comodidad. Quieren comunicarse pero sólo hasta donde ellos deciden
hacerlo; quieren revelar su personalidad, pero a través de un filtro.
La tecnología nos permite mantener las distancias
Claro. Y mostrar sólo lo que queremos que los
demás vean. Editamos y borramos hasta que logramos el mensaje perfecto. Eso no
puede hacerse en una conversación en tiempo real. De ahí el miedo de no poder
arreglar su yo. Prefieren el mensaje porque así muestran el yo que les
interesa.
Dentro de unas generaciones, ¿habremos dejado de conversar para enviarnos
sólo señales digitales? En ese caso, ¿qué rasgos perderá nuestra personalidad?
Tengo la esperanza de que no sea así. La
gente es cada vez más consciente de que existe un problema, y ese es un gran
paso. Estamos a tiempo de recuperar la conversación y tener una relación sana
con los dispositivos electrónicos. Comunicarnos únicamente con señales
digitales tendría grandes impactos psicológicos.
Utilizamos una gran cantidad de emoticonos.
Algo bastante peligroso de por sí, porque
simplifica nuestras emociones, frivoliza nuestra psicología, nos evita
reflexionar sobre nuestra emoción real. Las consecuencias son graves, sobre
todo, como ha dicho usted, en nuestra personalidad. Además de dificultar
nuestra capacidad de exponer ideas y emociones en tiempo real y de mantener
debates profundos, restamos importancia a las emociones y, al no ser testigos
de la reacción del otro, es más difícil que podamos ponernos en su lugar.
¿La peor consecuencia de estar enganchado a lo digital?
Esos dispositivos crean una ilusión y es la
de que nunca estamos solos. Cuando nos conectamos, se genera la ilusión de que
formamos parte de una comunidad y de que esa comunidad nos escucha. Podemos
recurrir a la lista de contactos siempre. Pero eso genera un problema grave: el
miedo a la soledad.
Tendemos a pensar que estando constantemente conectado te sientes menos
solos.
Pero es al revés. Si no somos capaces de
estar a gusto en soledad, es más fácil que nos sintamos incomprendidos. Es en
soledad cuando reflexionamos sobre cuestiones profundas y nos conocemos. Sólo
después de este proceso tendremos la capacidad de conversar y crear relaciones
exitosas con otros, porque hablaremos de ideas propias y escucharemos las de
los demás, en lugar de proyectar en ellos lo que queremos ver.
También hay una posterior pérdida de empatía.
Existen estudios que demuestran que, en los
últimos diez años, ha habido un descenso de un 40% en la capacidad de empatía
de los estudiantes universitarios. Comunicarnos a través de una pantalla nos
aleja de las personas, nos impide ver sus reacciones e intuir sus sentimientos.
Estamos a tiempo de atajarlo. Tras pasar cinco días en un campamento sin
aparatos electrónicos, los niños recuperan su capacidad de empatizar y
mantienen conversaciones porque no hablan sobre lo que está en su móvil, sino
de lo que está en sus cabezas. Es importante que las instituciones sean
conscientes de ello.
¿El mundo digital nos hace insensibles?
Por una parte nos aleja de las personas con
quienes tenemos la ilusión de estar conversando y, por tanto, de sus emociones.
Provoca que cada vez nos comprendamos menos. Y recibimos tal cantidad de
información, imágenes y estímulos que, al final, no nos involucramos de lleno
en casi nada. Les restamos importancia, cada vez nos afectan menos. Hay cosas
que sólo la conversación nos puede ofrecer, y recuperar la empatía es una de
ellas.
Es cierto que con las tecnologías somos capaces de decir cosas que jamás
diríamos a la cara. ¿Es eso una ventaja?
No lo consideraría una ventaja. Es cierto que
la tecnología nos ofrece métodos nuevos de comunicarnos que son beneficiosos:
nos hace sentir cerca de personas a las que queremos en momentos importantes,
nos hace sentirnos acompañados, escuchados.
Entonces, la tecnología es capaz de beneficiarnos.
Si sabemos utilizarla. En cuanto no la usamos
de forma adecuada, se vuelve perjudicial. Si enviamos un mensaje para evitar
una confrontación cara a cara o para decir algo que de otra forma no nos
atreveríamos, estamos dejando que la tecnología intervenga directamente en
nuestras vidas, cambie nuestra personalidad, altere la manera de expresarnos.
Es una intrusión demasiado peligrosa.
Advierte usted que debemos corregir el rumbo si no queremos una sociedad
llena de ciudadanos con ansiedad. ¿Cómo hacerlo?
Es simple: conversando más. No se trata de
desterrar la tecnología de nuestras vidas, sino de crear espacios que propicien
la conversación. Si para ello hay que apartar los aparatos electrónicos durante
un tiempo porque extinguen las conversaciones, ¡hagámoslo! La simple presencia
de un móvil en una mesa a la hora de comer distrae nuestra atención e impide
que profundicemos. Sabemos que cualquiera puede alejarse mentalmente del lugar
a través del teléfono. Esto provoca que la conversación sea trivial, poco
profunda. Por eso debemos crear espacios sagrados, como la cocina, el salón o
el coche, para aprender a escucharnos, incluso cuando es aburrido, porque es en
esos momentos cuando revelamos nuestra verdadera personalidad. Mensajearse
puede mejorar nuestras relaciones, ayudarnos a superar momentos difíciles, pero
debemos saber usarlo.
Durante todos estos años de investigación, ¿cómo logró equilibrar su propia
realidad?: ¿cuestionaba el mundo digital mientras estaba todo el día metida en
él para sus estudios?
Estoy involucrada en el mundo digital para
investigar y también porque forma parte de mi época. Por ello muchas veces
tengo que frenarme y poner límites. Por ejemplo, me esfuerzo en no utilizar el
móvil como despertador, porque tendría consecuencias más allá de la simple
tarea de despertarme: generaría la tentación de mirar los mensajes en mitad de
la noche.
La Vanguardia, jueves 24 de enero de 2019.
Página 32-33
Un futuro sin charlas cara a cara
Hablemos
más y fabulemos menos
Estudios y ensayos alertan del peligro del
auge digital en detrimento de la conversación
NÚRIA
ESCUR, BARCELONA 24/01/2019 01:06
Actualizado
a 24/01/2019 09:52
Vivimos
sumergidos en un estado de constante conexión. Sherry Turkle lleva treinta años
investigando sobre los efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad. La
socióloga y psicóloga norteamericana, nacida en Nueva York en 1948, está
considerada principal eminencia mundial en esos temas y ofrece en su ensayo En defensa de la conversación (Ático de
los Libros) los resultados de un estudio de cinco años en el interior de
escuelas, familias, grupos de amigos y oficinas de trabajo.
Su
proyecto nació el día en que se dio cuenta del miedo que suscitaba el simple
hecho de conversar en quienes entrevistaba para sus estudios sociológicos. “Los
jóvenes sentían pavor al enfrentarse a una conversación, huían de ella,
conversar les parecía demasiado esfuerzo, y responder a una llamada de teléfono
les desestabilizaba”.
Mantiene
The Guardian que Turkle no está contra de la tecnología, sino a favor de la
conversación. Su antídoto es simple: deberíamos hablar más los unos con los
otros. Estudió Sociología y Psicología en la Universidad de Harvard, es
profesora de Ciencias Sociales y Tecnología en el Instituto de Tecnología de
Massachusetts y ha escrito siete libros sobre la interacción del ser humano con
la tecnología.
Esta son
algunas de las principales consecuencias sobre el comportamiento que la
socióloga detectó en quienes estaban enganchados al mundo digital: 1) falta de
empatía (algunos jefes de estudio confesaban que niños de apenas 8 años eran
incapaces de ponerse en el lugar de un niño lesionado, le aislaban porque ellos
no se habían desarrollado emocionalmente); 2) en las redes se conoce a gente, pero
muy superficialmente; 3) sólo sabían pedir disculpas o romper una relación por
WhatsApp, lo que les inutilizaba para enfrentarse a la vida real; 4) falta de
atención hacia los demás, se crea una coraza de frialdad; 5) creación de una
personalidad falsa.
No sólo la
conversación interpersonal está viviendo malos tiempos. También peligra lo que
entendemos como conversación de masas. En un ensayo de reciente publicación
titulado Ironía on, Santiago
Gerchunoff proponía “una defensa de la conversación pública de masas” y
analizaba pros y contras de ese fenómeno. “Cuanta más conversación, más grandes
desfiles de pretensiones, de discursos afirmativos más o menos dogmáticos. Y
estos discursos están repartidos entre la gente, vulgarizados, hiperbolizados,
hiperideologizados, moralizados”. Para Gerchunoff, esto produce un brote “como
modo de supervivencia de la propia democracia, del ironismo por todas partes, como un hierbajo purgante que no da
frutos, pero que no deja de extenderse con la conversación”.
Escribía
Samuel Johnson en The Rambler –¡ya en 1752!–: “: hemos hablado bastante, pero
no hemos conversado”. A criterio de Turkle eso sigue siendo así, hemos
intensificado la comunicación más superficial y debemos corregir el rumbo si no
queremos, dentro de unos años, amanecer en una sociedad llena de ciudadanos con
ansiedad crónica. “Recibimos un chute neuroquímico cada vez que nos
conectamos”. Curiosamente, lo que genera ansiedad a algunos jóvenes es todo lo
contrario: la conversación.
“Cuando
las familias me cuentan que airean sus problemas por correo electrónico o por
mensaje de móvil para evitar la tensión del encuentro cara a cara –continúa
Turkle–, o cuando escucho a vicepresidentes de grandes empresas describir las
reuniones de trabajo como ‘un tiempo muerto para vaciar el buzón de entrada de
correo’, lo que me trasladan es un deseo de divertimento, comodidad y
eficiencia. Pero también sé que estas acciones impiden que la conversación
cumpla su función”.
Y si la
conversación mengua el silencio, el silencio social gana terreno. La escritora
Sara Mesa lo entendió meridianamente un día en que, paseando con una amiga por
Sevilla, se acercó a una mujer que mendigaba. Conoció su circunstancia. De ahí
nació el librito Silencio administrativo.
La pobreza en el laberinto burocrático (Anagrama), que nos obliga a
reflexionar sobre todo ese catálogo de silencios, muros burocráticos que
aíslan, que practican la no respuesta ante la demanda, a veces desesperada, de
un ciudadano. “Muchos se quejan de no haber recibido respuesta tras varios
meses de presentar su solicitud. Otros cuentan que les pidieron documentos que
ya habían presentado...”, explica Mesa para ejemplificar ese despropósito de
incomunicación. “El periodismo tiene también su responsabilidad y no debería
contribuir a la creación de una percepción social de la pobreza llena de
estigmas, estereotipos y prejuicios”. Todo, desde el silencio como arma
arrojadiza.
Otra cosa
es buscar momentos de silencio en el espacio familiar. Porque también ese
silencio tiene su significado. Explicaba Gregorio Luri (“el grado de atención
es el nuevo coeficiente intelectual”) en Elogio
de las familias sensatamente imperfectas (Ariel) que la “capacidad para
disfrutar del silencio es una actividad, no un quedarse quieto. De hecho, los
antiguos romanos ponían a sus hijos el ejemplo de un adolescente llamado
Papirio que ‘sabía cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio’”.
¿Por qué
ya no hablamos nunca? Uno de los adolescentes entrevistados en el estudio de
Turkle le respondió: “Es que la conversación es algo que ocurre en tiempo real
y no controlas lo que vas a decir. Es un susto. Te obliga a encontrar la
respuesta correcta automáticamente, te agobia. Te compromete”.
“¿De dónde
vienes? ¿De ningún sitio”. Citaba esta conversación Gregorio Luri en La escuela contra el mundo. El optimismo es
posible (Ed. CEAC). No parece que extrañe a nadie ese corto diálogo cuando
imaginamos ese intercambio de palabras entre un progenitor y su hijo
adolescente... “Si no fuera –recuerda el doctor en Filosofía y profesor de
bachillerato– porque esas palabras se hallan en una inscripción sumeria que
tiene como mínimo 3.700 años de antigüedad”.
Las claves
1- Una de
las principales consecuencias del enganche digital en niños y adolescentes es,
según los expertos, que su empatía disminuye o desaparece. Dejan de percibir el
dolor en los otros, o minimizan su sufrimiento.
2- Muchos
adolescentes sólo saben gestionar sus sentimientos por vía digital. Cortan sus
relaciones sentimentales por WhatsApp, lo que les dejará indefensos, en un
futuro, para la vida real.
3- Uno de
los consejos más habituales de los expertos es practicar con el ejemplo. No
dejar el móvil sobre la mesa cuando se está comiendo, no atender al segundo
cada wats, no mantener los dispositivos abiertos de noche...
4- La
creación de una personalidad falsa es otra de las secuelas del enganche
digital. Fabular genera que cada vez la exageración vaya en aumento, se aleje
del verdadero yo y cree dobles personalidades.
5- No sólo
la conversación interpersonal está perdiendo terreno. También la conversación
pública, de masas. Ganan espacio, en cambio, los silencios administrativos, los
muros burocráticos, la no respuesta social.
Algunes perles del llibre de Sherry Turkle
dins: