La Vanguardia. Domingo 17 de Agosto de 2003 Internacional . Página 7
Myriam Josa
El tirano ugandés Idi Amin Dada ha vivido un exilio dorado en Arabia Saudí sin ser juzgado por sus atrocidades.
El “carnicero de África” muere en la cama.
Idi Amin Dada, el tirano sanguinario que impuso un régimen de terror desde 1971 hasta 1979 en Uganda, una de las perlas del antiguo imperio británico, murió ayer en un hospital de la ciudad saudí de Jeddah, donde había vivido un dorado exilio de más de 20 años. El llamado “carnicero de África”, como tantos otros dictadores –el zaireño Mobutu Sese Seko, el filipino Ferdinand Marcos...–, nunca fue juzgado. Sus crímenes, entre 300.000 y 500.000 muertos, torturas, ejecuciones sumarias y la violación de todos los derechos humanos, según Amnistía Internacional, han quedado impunes.
El dictador ugandés había nacido entre1923 y 1925 en el oeste del país, en una etnia minoritaria musulmana, los kakwas. A su enorme corpulencia no correspondió la inteligencia: “Un bribón, con escasa materia gris”, decía de él uno de sus mandos militares británicos. Solía jactarse de no haber necesitado la escuela, que dejó pronto: “Soy hombre de acción”. Muy joven se enroló en los Rifles del Reino de África (tropas británicas en el este de África), fue pinche y soldado raso. Años después, se presentaba como héroe de la Segunda Guerra Mundial, pero poco se sabe de su paso por Birmania.
En cambio, como señala Jean Philippe Rémy en “Le Monde”, Amin Dada “se distinguió por su brutalidad” en el aplastamiento por parte del Ejército británico de la sublevación nacionalista Mau Mau (1952) en la vecina Kenia, y “continuó su carrera con las tropas coloniales, en la represión contra poblaciones del este de Uganda”. Con la independencia de Uganda en 1962 pasó a ser oficial y jefe del nuevo Ejército.
En 1971 derrocó el régimen de Milton Obote, a quien había ayudado a acceder al poder. Según Rémy, “Gran Bretaña y EE.UU., preocupados por las nacientes simpatías de Obote hacia el bloque socialista ,apoyaron su destitución (sin derramamiento de sangre)... Las esperanzas de la población y de las antiguas potencias coloniales pronto se verán frustradas”. Además, en aquellos momentos Idi Amin se proclamaba proisraelí. El choque entre Amin y Obote tenía aspectos estratégicos y de control de riquezas.
La extravagancia del dictador Amin se desató junto a la ola represiva. Empezaron los asesinatos en masa de opositores –se lanzaban los cuerpos a los cocodrilos del Nilo–; la limpieza étnica de tribus hostiles y de las propias fuerzas armadas. Sus adversarios afirmaban que guardaba cabezas de sus enemigos en frigoríficos y le acusaron de canibalismo por comer carne de doncellas que había violado. No le preocupaban las denuncias, se autoconcedía medallas, se hacía llamar “su excelencia el conquistador del imperio británico”, confesaba su admiración por Hitler y visitaba por sorpresa a Isabel II.
Ansioso de poder económico, en 1972 expulsó a la comunidad indopakistaní –80.000 personas–, que controlaba el comercio y la industria, bajo pretexto de una venganza negra contra el capital extranjero. Amin pretendía que esta comunidad, partidaria de Obote, no facilitara su retorno y quería distribuir sus riquezas entre sus fieles. Lo que consiguió fue hundir la economía. En 1976, flirteó con los palestinos dejando aterrizar en Entebe un avión secuestrado, liberado más tarde por los israelíes.
Autoproclamado presidente a perpetuidad, su intento de anexionarse una parte de Tanzania se convirtió en su derrota. Los tanzanos y rebeldes ugandeses contraatacaron y vencieron. Obote regresó al poder e inició una nueva era tan represiva como la anterior o más.
Amnistía Internacional cree que “la indiferencia de la comunidad internacional, incluida la del Reino Unido, ha permitido a Idi Amin escapar a la justicia”. También lo ha permitido Arabia Saudí, donde ha vivido con alguna de sus mujeres y parte de sus 40 hijos, en una lujosa residencia. Todo a cargo del régimen saudí, dicen. Aunque no es descartable que las riquezas que había pillado sufragaran sus gastos hasta que cayó en un coma de tres semanas. Para escarnio de los musulmanes, Riad alegó solidaridad islámica para cobijar al golpista. Washington, hasta ahora aliado de Arabia Saudí, eludió presionar para llevar al ex dictador ante los jueces, pese a las críticas de líderes norteamericanos como Carter, a Amin. No siempre la justicia internacional interesa a Occidente.
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2003/08/17/pagina-7/34021505/pdf.html