The Spanish Flu Didn’t Wreck the Global Economy
What Is Different About the Coronavirus Pandemic?
By Walter Scheidel
May 28, 2020
In October 1918, the Spanish flu descended on Stanford University. Residents donned facemasks, football games were canceled, and students were asked to quarantine on campus. But classes and assemblies continued to meet. And in addition to fulfilling their regular academic obligations, male students trained to combat German machine guns and poison gas in World War I. Over a tenth of all students fell ill, and a dozen died—roughly in line with the 45,000 cases and 3,000 fatalities recorded in nearby San Francisco. Yet faculty and students started to abandon face coverings just a month after the initial outbreak. Football returned to campus shortly thereafter, even as the disease lingered throughout the winter.
En octubre de 1918, la gripe española cayó sobre la Universidad de Stanford. Los residentes llevaban mascarillas, el fútbol se canceló y se pidió a los estudiantes que se mantuvieran en cuarentena. No obstante, las clases y las reuniones se mantuvieron. Además, para cumplir con sus obligaciones académicas, los estudiantes masculinos se entrenaron para combatir contra las ametralladoras y el gas venenoso de los alemanes. Alrededor de un 10% de los estudiantes enfermó y una docena murieron –muy en líneas con los 45.000 afectados y 3.000 muertos registrados en la cercana San Francisco. Pero la facultad y los estudiantes empezaron a abandonar las mascarillas justo un mes después de estallido inicial. El fútbol volvió a los campos muy poco después, incluso teniendo en cuenta que la enfermedad se volvió a manifestar durante el invierno.
The contrast with the current coronavirus pandemic is striking. I cannot enter my office at Stanford without special permission from the dean. Almost all undergraduates have left campus, and everyone who can is required to work online. The university hospital, recently rebuilt to the tune of $2 billion, had to cut pay by a fifth for all of its 14,000 employees as anxious patients put off treatment. San Francisco County, now almost twice as populous as a century ago, has reported 2,400 infections and 40 deaths—a per capita fatality rate 99.2 percent lower than that of the 1918–19 pandemic. But two full months after California Governor Gavin Newsom ordered residents to “shelter in place,” the prospect of even a gradual return to normalcy remains elusive at best.
El contraste con la actual pandemia de coronavirus es sorprendente. Yo no puedo entrar en mi oficina de Stanford sin un permiso especial del decano. Casi todos los estudiantes han abandonado el campus y todo aquél que puede tiene que hacer tele-trabajo. El hospital universitario, recientemente reconstruido con un coste de 2.000 millones de dólares, ha tenido que reducir un 20% el salario a sus 14.000 empleados puesto que algunos enfermos angustiados han abandonado sus tratamientos. El Condado de San Francisco, con una población actual de, más o menos, el doble que hace cien años, ha declarado 2.400 infecciones y 40 muertos –una tasa de mortalidad 99,2% menor que en la pandemia de 1918-19. Pero dos meses después de que el gobernador Gavin Newsom ordenó a los residentes “refugiarse en casa”, la perspectiva de un retorno gradual a la normalidad permanece, en el mejor de los casos, poco probable.
Scaling up California’s experience by several orders of magnitude gives a good sense of the state of the world right now. Several hundred million workers have lost their jobs. Global GDP is set to decline by a greater percentage than at any time since the Great Depression. One and a half billion students—some 90 percent of the world’s total—have been affected by school shutdowns. Most societies now face a prolonged economic slump that will derail and blight countless lives.
Escalando mucho la experiencia de California nos da una buena aproximación al estado actual del mundo. Muchos cientos de millones de trabajadores han perdido su trabajo. El PIB mundial se orienta a un descenso porcentual mayor que nunca desde la Gran Depresión. 1.500 millones de estudiantes –en torno al 90% del total mundial- ha sido afectado por cierres escolares. La mayor parte de las sociedades afrontan actualmente una prolongada recesión economía que arruinará innumerables vidas.
The economic fallout from the Spanish flu was far less dramatic. In the United States, industrial output fell sharply but rebounded within a few months. Retail was barely affected, and businesses did not declare bankruptcy at higher rates than usual. According to the latest econometric analysis, the pandemic of 1918–19 cut the United States’ real GDP and consumption by no more than two percent. The same appears to have been true for most advanced Western economies.
Las pérdidas económicas por la gripe española fueron mucho menos dramáticas. En Estados Unidos, el declive industrial cayó abruptamente pero remontó en muy pocos meses. El pequeño comercio apenas quedó afectado y los negocios no declararon bancarrotas más allá de las tasas normales. De acuerdo con los más recientes análisis económicos, la pandemia de 1918-1919 recortó el PIB estadounidense y el consumo menos del 2%. Lo mismo parece ser cierto para las más avanzadas economías occidentales.
Yet the Spanish flu may turn out to have been far deadlier than the novel coronavirus. It killed at least 550,000 Americans—0.5 percent of the population. Adjusted for population growth over the last century, this would work out to a little under two million deaths today, close to the number predicted in the worst-case, zero-distancing scenario for the coronavirus that Imperial College London published in March. Death rates in 1918–19 were far higher outside of the industrialized world. Worldwide, the Spanish flu carried off 40 million people, or two percent of humanity, equivalent to more than 150 million people today. Even worse, it stalked not only the elderly and infirm but also infants and those in their twenties and thirties. This squeezed the workforce and snuffed out the lives of many who had just started families, leaving behind spouses and children to fend for themselves in a sink-or-swim society.
Pero la gripe española podría resultar haber sido bastante más mortal que el nuevo coronavirus. Mató, al menos, 550.000 estadounidenses, el 0,5% de la población. Ajustando el crecimiento poblacional de los últimos cien años, esto daría un poco menos de dos millones de muertos actualmente, cercano al número previsto en el peor de los casos en un escenario sin distanciamiento social que el Imperial College de Londres publicó en marzo. La tasa de muertes en 1918-19 fue mayor en el mundo no industrializado. A nivel mundial, la gripe española se llevó a 40 millones de personas o el 2% de la población humana, lo que equivaldría a más de 150 millones en la actualidad. Y aún peor, no se limitó a los ancianos y enfermos sino que afectó también a los niños y a los menores de 20 y 30 años. Esto estranguló la fuerza de trabajo y mató a muchos de los que acababan de iniciar una familia dejando esposas e hijos desamparados en una sociedad de sálvese quien pueda.
So why did this ferocious pandemic fail to wreck the economy? The answer is deceptively simple: for the most part, whether by necessity or choice, people barreled through.
¿Entonces por qué esta feroz pandemia no consiguió destruir la economía? La respuesta es lamentablemente simple: la mayor parte, por necesidad o elección, pasó de ella.
Authorities in many countries recommended hand washing and the use of handkerchiefs as face coverings. In the United States, measures varied widely from city to city and state to state, but across the country, local officials closed many schools and large public venues. For the most part, however, nonessential businesses remained open, and customer demand was sufficiently robust to keep them afloat without the help of costly stimulus packages.
La autoridad, en muchos países, recomendó la higiene de manos y el uso de pañuelos como cobertura facial. En Estados Unidos, las medidas variaron ampliamente entre ciudad y ciudad, entre estado y estado, pero a lo largo de todo el país, los responsables oficiales cerraron muchas escuelas y edificios públicos. Para la mayor parte , sin embargo, los negocios no esenciales permanecieron abiertos y la demanda de los clientes fue lo suficientemente robusta para mantenerlos a flote sin necesidad de costosos paquetes de estímulo.
Were the lives of Americans back then worth less than they are today? Only in the most technical sense. In recent years, various U.S. government agencies have set the value of a human life at around $10 million. Estimates in other high-income societies are not far behind. A century ago, no one would have thought of putting similarly hefty price tags on human beings. More to the point, life was shorter overall. In the mid-1910s, mean life expectancy at birth in the United States was only two-thirds of what it is now. Worldwide, it has doubled since.
¿Tenían las vidas de los americanos de entonces menos valor que las de los de ahora? Solamente en términos técnicos. En años recientes, varias agencias del gobierno americano han cuantificado el valor de una vida humana en torno a los 10 millones de dólares. Las estimaciones en otras sociedades desarrolladas no están muy lejos de esa cifra. Hace cien años, a nadie se le hubiera ocurrido poner un precio de ese volumen a los seres humanos. Es más, la vida humana era mucho más corta. A principios del siglo XX, la esperanza de vida media en Estados Unidos era solo de dos tercios de lo que es ahora. En todo el mundo se ha duplicado.
What is more, a century ago Americans still inhabited a physical and mental universe that had not yet been sanitized by modern science. The older generation would have remembered catastrophic outbreaks of cholera and yellow fever. There were no vaccines for influenza, tuberculosis, tetanus, diphtheria, typhus, measles, or polio, no antibacterial sulfonamide drugs, no penicillin, no antiviral drugs, and no chemotherapy. Wealth offered limited protection at best: more often than not, the rich and poor were in it together.
Es más, hace cien años los americanos aún vivían en una concepción física y mental que aún no había sido higienizada por la ciencia moderna. Las generaciones más mayores aún recordaban estallidos catastróficos de cólera y fiebre amarilla. No había vacunas para la gripe ni para la tuberculosis ni para el tétano ni para la difteria ni el tifus ni la polio, ni había sulfamidas para las bacterias ni penicilina ni antivíricos ni quimioterapia. La riqueza ofrecía una limitada protección a los más ricos: muy frecuentemente ricos y pobres estaban juntos en aquello.
Over the last hundred years, peace, medicine, and prosperity have steered humanity toward greater comfort, safety, and predictability. For the first time in history, the residents of the developed world have good reason to expect science to shield and heal them. To varying degrees, these expectations have also taken hold in developing countries as income and education have expanded, hunger and premature death have receded, and conscription has gone out of fashion. People expect more from life and behave accordingly.
Durante la última centuria, la paz, la medicina y la prosperidad han dirigido la humanidad hacia un mayor confort, seguridad y predictibilidad. Por primera vez en la historia, los habitantes del mundo desarrollado tienen buenas razones para esperar que la ciencia les proteja y cuide. En diferente grado, estas expectativas también aplican a los países en desarrollo mientras los ingresos y la educación han aumentado, el hambre y la muerte prematura han descendido y el tema del servicio militar ya no es habitual. La gente espera más de la vida y se comportan de acuerdo a esas expectativas.
It may be tempting to take the collective embrace of lockdowns and social-distancing measures as signs that higher expectations have made people kinder, ready to shoulder economic burdens in order to protect the elderly, the immunocompromised, and the plain unlucky in their midst. But diligent citizens under lockdown ought to be wary of congratulating themselves for letting the better angels of their nature take flight. Empathy remains in short supply: if Americans really cared about refugees or those affected by their foreign wars, their politics would look quite different. Their kindness does not extend even to their fellow citizens—witness the endless plight of the un- or underinsured and those doomed in so many ways by their ZIP codes.
Es tentador considerar la afición general al confinamiento y las medidas de distancia social como signos de que las mejores expectativas han hecho a la gente más amable, más preparada para soportar las cargas económicas para así proteger a los mayores, a los débiles y a los desafortunados de su entorno. Pero los diligentes ciudadanos bajo confinamiento deberían cuidarse de congratularse por manifestar así sus mejores atributos morales. La empatía permanece en horas bajas: si los americanos se preocupasen realmente por los refugiados o por aquello afectados por las guerras exteriores, su política sería muy diferente. Su amabilidad no se extiende ni a sus vecinos –siendo testigos de las penurias sin fin de unos- o de los que carecen de seguro médico o de aquellos condenados por su código postal.
Viewed against this unflattering background, the response of many Americans to the pandemic can be more plausibly explained by the fear—unfamiliar in these times of prosperity and science—that the next victim could be a vulnerable spouse, a devoted parent, or a beloved grandparent. It is these personal anxieties and tribal empathies that have sucked the oxygen out of the economy and put lives on hold.
Reconsiderando este entorno tan poco halagador, la respuesta de muchos americanos a la pandemia puede explicarse mejor por el miedo –poco habitual en estas épocas de ciencia y prosperidad- a que la siguiente víctima sea una esposa enfermiza, un pariente apreciado o un querido abuelo. Es esa ansiedad personal y esa empatía tribal la que ha hundido la economía y puesto las vidas en suspenso.
For the first time in history, many in the developed world can afford to give free rein to their anxieties. Even 20 years ago, hardly anybody could have worked or studied from home. Technology alone has made sustained distancing feasible, even tolerable. But not for all. The days when Stanford students braved the same risks to life and limb as today’s cops and cashiers are long gone. Expectations of life have grown across the board, yet more for some than for others.
Por primera vez en la historia, la mayoría del mundo desarrollado ha podido permitirse dar rienda suelta a su ansiedad. Incluso hace 20 años prácticamente nadie podía tele-trabajar o estudiar desde casa. La tecnología por si misma ha hecho el distanciamiento soportable e incluso tolerable. Pero no para todos. Aquellos días en que los estudiantes de Stanford se jugaban la vida como lo hacen hoy policías y cajeros ya han pasado. Las expectativas de vida han crecido en todos los ámbitos, pero más para unos que para otros.
Today, the selective empathy of privilege amplifies existing inequalities. Thanks to Social Security and Medicare, Americans have long been in the habit of transferring wealth from young to old. But now they have taken the more radical step of destroying resources—by shrinking the economy—to safeguard the often few remaining years of those most at risk from COVID-19, the disease caused by the novel coronavirus. Technology renders this gambit least painful for the most protected, those who can hope to ride out the storm from the relative security of their home offices and higher-paying work.
Hoy en día, la empatía selectiva del privilegio amplifica las desigualdades existentes. Gracias a la Seguridad Social y el ‘Medicare’ los americanos se han acostumbrado a transferir la riqueza de los jóvenes a los viejos. Pero ahora han dado un paso radical destruyendo recursos –por el hundimiento de la economía- para salvaguardar los pocos años que les quedan a aquellos con más riesgo por la COVID-19. La tecnología hace que éste movimiento sea menos doloroso para los más protegidos, aquellos que pueden esperar superar la tormenta desde la relativa seguridad de sus oficinas en casa y con un trabajo mejor pagado.
Meanwhile, a large part of society is left behind, mired in unemployment and precarity or stuck in face-to-face jobs that promise ongoing exposure. The young and the poor, already held down by inequality, debt, and fading prospects of social mobility, are bound to pay the heaviest price.
Mientras tanto, una gran parte de la sociedad se queda atrás, reflejándose en el desempleo y la pobreza o estancadas en trabajos cara a cara que llevan a una mayor exposición. Los jóvenes y los pobres, ya tocados por la desigualdad, las deudas y las falsas promesas de movilidad social, van a pagar el precio más alto.
Pundits have yet to tire of predicting how this crisis will change everything. But will the unnerving experience of this pandemic also inspire humanity to review some of the loftier expectations we have nurtured? We must face up to the tradeoffs we are rushing to accept with scant regard for those who can least afford them.
Los expertos aún se han de cansar de predecir cómo esta crisis lo va a cambiar todo. Pero ¿inspirará también la desesperante experiencia de esta pandemia a la humanidad a reconsiderar algunas de las grandes expectativas que hemos alimentado? Debemos reconsiderar esos compromisos que estamos adquiriendo tan rápidamente y con tan poco respeto para con aquellos que no se los pueden permitir.
WALTER SCHEIDEL is Professor of Classics and History at Stanford University.